La tecnología ha sido un dulce manto que ha caído silenciosamente sobre el ser humano desde que éste adquirió la capacidad de razonar, elegir e imaginar. En los dos últimos siglos, con las revoluciones industriales, hemos asistido atónitos a un desarrollo brutal de la tecnología y las ciencias. Evidentemente, el grado de bienestar y el nivel de vida han crecido a la vera de este progreso tecnológico, al menos en aquellos países llamados “desarrollados”. Pero… ¿A qué precio?
Las teorías del contrato social desarrolladas, en un principio por Hobbes, Locke y Rousseau, han propiciado la aparición de sus homólogas contrarias que, al no estar centradas en la noción de “ley”, establecida por el Estado, y “deber”, no agrupan a las personas bajo el bienestar de la comunidad; sino que la sociedad queda conformada por los seres individuales con intereses comunes. Por ello, el poder asociativo de la comunidad se limita a cuestiones puntuales, lo que, equivocada y vulgarmente, ha sido llamado “pragmatismo”.
Asimismo, la caída de los totalitarismos durante el siglo XX y el auge de las democracias liberales han provocado la aparición de una nueva comunidad social y política centrada en su propio desarrollo autónomo y la búsqueda del mayor bienestar posible. Además, la aplicación de la segunda forma del imperativo categórico, el hombre no debe ser nunca usado como medio sino como fin en sí mismo, provoca que no se pueda actuar sin el consentimiento de la persona y, por lo tanto, el individuo se convierte en único dueño de sus actos y la sociedad queda como mera observadora, sin ninguna capacidad de juicio por no ser el sujeto activo.
Por último, un “desánimo antropológico” parece haber calado en las gentes de todas partes, que ven con desconfianza cualquier cambio radical que se pueda dar en la cultura y la sociedad. El miedo a una nueva Guerra Mundial, desplomes económicos o la pérdida de su supuesta libertad y bienestar, obligan a toda una generación a mostrarse conformista con su tiempo y, por ende, a consolidar ese pensamiento dentro de la educación de sus sucesores.
Todo el panorama teórico que ha sido descrito ayuda a comprender los derroteros que está tomando la sociedad del siglo XXI, pero no explican bien qué es lo que realmente está sucediendo en cada país, casa, hogar, familia y conciencias individuales. Con ello, solo hace falta ver el desarrollo que está teniendo internet: con el nos comunicamos mediante chats en los que la personalidad del otro al que nos dirigimos nos queda velada, incluyendo sus gestos corporales; podemos comprar de todo, siempre y cuando tengamos una cuenta y tarjeta bancaria; podemos jugar a videojuegos, leer libros, informarnos, aprender, viajar… Todo lo que se puede hacer, puede hacerse desde la red. Así, el ser humano pasará a ser considerado como “homo virtualis”, ya que todo su existir podrá ser contemplado desde la pantalla de una máquina.
Esto nos lleva irremediablemente a desaparecer como seres sociales, si se considera por ser social el hecho de poder tocar a la persona con la que se está compartiendo algo en un determinado momento. Es probable que la sociedad no desaparezca, porque la necesidad que el ser humano tiene de comunicarse con sus semejantes es natural a su condición de persona, es decir, no es algo cultural y extrínseco a él mismo. Pero las relaciones personales, ya de por sí formalizadas por el liberalismo, tal y como sostiene Buchanam, se despersonalizarán cada vez más, y llegará un momento en el que las necesidades sean resueltas por inteligencias artificiales debidamente programadas…
Los hombres y mujeres se convertirán en agentes económicos destinados a satisfacer las necesidades de otros seres en su misma situación y con él mismo papel dentro de la “sociedad”, si aún pudiese llamarse de esa manera. La comunicación se convertirá en algo puramente apresencial, como ya sucede gracias a internet y los teléfonos. Y sin embargo, se dará la gran paradoja de que, debido al individualismo supuestamente reinante, el ser humano se convertirá, si cabe, en un ser mucho más social, ya que necesitara los recursos que los demás agentes produzcan para él.
A mí entender, el individualismo tecnológico, que es el que trato aquí por la visión hasta ahora descrita de la sociedad, conlleva, entre otras cosas, el desarrollo de la comunicación impersonal y la potenciación de las pequeñas economías gestionadas por individuos parcialmente independientes. Y digo parcialmente, porque la sociedad siempre será necesaria para la supervivencia y desarrollo de la especie… es un existir inevitable.
27 de noviembre de 2006
Abrazos contra el individualismo por Jaime Nubiola
Desconozco el porqué pero siempre he asociado el término "individualismo" a la angustiosa figura de El pensador de Rodin. En 1995, mientras estaba en la Universidad de Stanford escribiendo mi libro El taller de la filosofía pude admirar una de las copias que hizo el escultor, situada entonces al aire libre frente a la magnífica Meyer Library de aquella Universidad. Me impresionó profundamente la enorme tristeza condensada en aquella estatua de una tonelada de bronce delante de aquel enorme almacén de libros.
De hecho en la primera página de mi libro expliqué que su origen se remontaba a la lectura —veinte años atrás— de los estudios de Ernst Gombrich sobre el trabajo de los artistas en las encrucijadas de la historia del arte. El abigarrado taller de un artista del Renacimiento, con sus maestros, aprendices y la mutua colaboración, me había parecido siempre una representación muchísimo más acertada del trabajo de un profesional de la filosofía que la sombría figura de El pensador de Rodin o la de Descartes solitario junto a la estufa. Siempre pensé que el trabajo en filosofía debía ser un trabajo eminentemente cooperativo y comunicativo, no una aventura solitaria parecida a la del náufrago abandonado a su suerte o a la del corredor de maratón que sólo puede confiar en sus propias fuerzas. La filosofía es un trabajo en colaboración con todos los que nos han precedido en esta maravillosa aventura de pensar, con los que viven ahora —con quienes podemos dialogar y de los que podemos aprender— y con los que vendrán después de nosotros. Además, la imagen del taller destaca bien el carácter gremial propio de los saberes artesanales que ambas profesiones —la del filósofo y la del artista— comparten y también cierto sentido manual que tiene la filosofía cuando, por ejemplo en este Grupo, se pone el acento en la escritura.
Tengo para mí que quienes se refugian en la soledad por preservar su originalidad no merecen ni el nombre de filósofos, pues no buscan ni la verdad ni la sabiduría. A este respecto me viene a menudo a la memoria aquellas líneas de Machado que pongo en mis exámenes a mis estudiantes para que las comenten libremente:
"En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad".
Proverbios y cantares, 1919
El individualismo moderno de cuño cartesiano, tan en boga en la cultura dominante, me parece una forma totalmente distorsionada de comprender al ser humano. Como sugiere la escultura de Rodin, el individualismo lleva a creer que el ser humano mediante la reflexión se aísla, se torna un individuo separado de los demás. Me parece que la verdad es todo lo contrario. El uso de la razón nos lleva a los seres humanos a volcarnos en los demás. En el caso de los filósofos nos mueve a tratar de encontrar razones y argumentos que hagan nuestras vidas —y las de quienes nos leen o escuchan— más humanas, más amables y a aprender a explicárselos a los demás de manera persuasiva.
Me ha impresionado la historia de Juan Mann y el movimiento internacional "Free Hugs". El vídeo en YouTube es conmovedor. Frente al individualismo dominante un joven australiano empieza a regalar abrazos gratis en las calles de Sydney —"A veces todo lo que necesitas es un abrazo", dice— y su ejemplo está recorriendo el mundo. Nosotros los filósofos regalamos abrazos a nuestros lectores cuando les damos argumentos y razones para abrirse a los demás, para no encerrarse en un individualismo destructor. Por eso, cuando pensamos con radicalidad y comunicamos lo pensado a los demás estamos dando abrazos contra el individualismo.
De hecho en la primera página de mi libro expliqué que su origen se remontaba a la lectura —veinte años atrás— de los estudios de Ernst Gombrich sobre el trabajo de los artistas en las encrucijadas de la historia del arte. El abigarrado taller de un artista del Renacimiento, con sus maestros, aprendices y la mutua colaboración, me había parecido siempre una representación muchísimo más acertada del trabajo de un profesional de la filosofía que la sombría figura de El pensador de Rodin o la de Descartes solitario junto a la estufa. Siempre pensé que el trabajo en filosofía debía ser un trabajo eminentemente cooperativo y comunicativo, no una aventura solitaria parecida a la del náufrago abandonado a su suerte o a la del corredor de maratón que sólo puede confiar en sus propias fuerzas. La filosofía es un trabajo en colaboración con todos los que nos han precedido en esta maravillosa aventura de pensar, con los que viven ahora —con quienes podemos dialogar y de los que podemos aprender— y con los que vendrán después de nosotros. Además, la imagen del taller destaca bien el carácter gremial propio de los saberes artesanales que ambas profesiones —la del filósofo y la del artista— comparten y también cierto sentido manual que tiene la filosofía cuando, por ejemplo en este Grupo, se pone el acento en la escritura.
Tengo para mí que quienes se refugian en la soledad por preservar su originalidad no merecen ni el nombre de filósofos, pues no buscan ni la verdad ni la sabiduría. A este respecto me viene a menudo a la memoria aquellas líneas de Machado que pongo en mis exámenes a mis estudiantes para que las comenten libremente:
"En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad".
Proverbios y cantares, 1919
El individualismo moderno de cuño cartesiano, tan en boga en la cultura dominante, me parece una forma totalmente distorsionada de comprender al ser humano. Como sugiere la escultura de Rodin, el individualismo lleva a creer que el ser humano mediante la reflexión se aísla, se torna un individuo separado de los demás. Me parece que la verdad es todo lo contrario. El uso de la razón nos lleva a los seres humanos a volcarnos en los demás. En el caso de los filósofos nos mueve a tratar de encontrar razones y argumentos que hagan nuestras vidas —y las de quienes nos leen o escuchan— más humanas, más amables y a aprender a explicárselos a los demás de manera persuasiva.
Me ha impresionado la historia de Juan Mann y el movimiento internacional "Free Hugs". El vídeo en YouTube es conmovedor. Frente al individualismo dominante un joven australiano empieza a regalar abrazos gratis en las calles de Sydney —"A veces todo lo que necesitas es un abrazo", dice— y su ejemplo está recorriendo el mundo. Nosotros los filósofos regalamos abrazos a nuestros lectores cuando les damos argumentos y razones para abrirse a los demás, para no encerrarse en un individualismo destructor. Por eso, cuando pensamos con radicalidad y comunicamos lo pensado a los demás estamos dando abrazos contra el individualismo.
Etiquetas:
colaboración,
filosofía,
Free Hugs,
individualismo,
Jaime Nubiola,
Machado,
razón,
Renacimiento,
taller
3º sesión del Grupo de Escritura Filosófica
La 3º sesión del Grupo de Escritura Filosófica dejó muy buenas impresiones a todos sus participantes. El texto que se pedía para esa semana sobre "El individualismo", un trabajo mucho más filosófico que los anteriores provocó buenas sensaciones y se apreció una mejoría en la calidad de la redacción de los participantes. Con todo, se echó de menos a Paula, que estaba enferma, y la compañía de Elsa. Sin embargo, el concierto era más importante. Aunque en la próxima sesión recuperaremos los debates y discusiones.
Así, debido a los puentes que se nos vienen encima, la 4º sesión queda señalada para el jueves 14 de diciembre a las 19.00. El tema para esta sesión se centra en "La Amistad", la interpretación es abierta, así que habrá que estrujarse un poco más la cabeza para ver sobre qué punto se escribe.
En los próximos días iré publicando los textos de la sesión del individualismo.
Un saludo a todos los lectores y participantes.
Así, debido a los puentes que se nos vienen encima, la 4º sesión queda señalada para el jueves 14 de diciembre a las 19.00. El tema para esta sesión se centra en "La Amistad", la interpretación es abierta, así que habrá que estrujarse un poco más la cabeza para ver sobre qué punto se escribe.
En los próximos días iré publicando los textos de la sesión del individualismo.
Un saludo a todos los lectores y participantes.
13 de noviembre de 2006
Imaginación frente a realidad: el fenómeno friki por Ignacio Salinas
El fenómeno friki llegó a España hace poco, aunque más bien habría que decir que esa realidad estaba ahí, pero no sabíamos como denominarla. El término friki viene del inglés freak, que significa extravagante, raro o incluso fanático. No obstante, en esta lengua se emplea este término más bien para nombrar a aquellos que quieren llamar la atención, y por eso se comportan de una forma extraña. Lo que nosotros denominamos friki se adecuaría más bien con lo que en inglés se denomina geek.
A todos nos viene a la mente la imagen del algún conocido, o la de alguien que vimos, que lo consideramos un friki. Una persona rara, curiosa, de carácter introvertido y extremadamente aficionada a algún tema extraño. Su estética es característica, y parece acompañarle en su universo de realidad paralela, como un astronauta que lleva su traje espacial no sólo porque lo necesita, sino porque con él se siente preparado psicológicamente para afrontar la nueva realidad a la que se enfrenta. Podría decirse que es una forma de hacerse a su contexto, para que le reciba con el profundo cariño que él también le profesa. El friki construye su mundo, en donde se sumerge con tranquilidad, se siente en casa; un mundo de felicidad paralela donde la imaginación es la que gobierna.
A pesar de lo dicho, la realidad de este fenómeno sociológico no está todavía clara. No sabemos bien qué es realmente un friki: una forma de denominar a un tipo de persona que tiene unos gustos característicos, o bien un insulto, un intento de apuntar con el dedo y reírse del diferente, de aquél que es auténtico y vive como tal. De momento, podemos apuntar un primera característica clara: se es friki, es decir, es algo que conforma un carácter, una forma de ser, y por lo tanto, de enfrentarse a la vida desde un punto de vista distinta al resto. La duda es: este tipo de personas son simplemente originales, o bien son gente rara, “locos” que viven según les marca el hobby que tengan: cartas de rol, videojuegos, películas, cómics o libros de ciencia-ficción… Según parece, se podría más bien decir lo segundo.
El friki es un tipo excesivamente aficionado a determinados hobbies, generalmente relacionados con Internet, en los que se encierra hasta puntos extremos, llegando incluso a distorsionar la realidad. Más que tener ideales propios, se deja llevar por un mundo, que podría decirse que es underground, que le resulta más atractivo, aunque sea falso, no tenga ningún tipo de realidad, y lo único que haga es introducir a sus adeptos en una fantasía de felicidad fingida y de placeres nocivos. Los frikis defienden que encuentran el camino de la vida buena haciendo de una actividad lúdica la razón de su vida. Pues no. Lo único que hacen es confundir la vida con un burdo juego. Sólo se puede vivir en este mundo, porque es el único que hay. Puede que sea muy imperfecto, pero ahí estamos nosotros, cada uno, para cambiarlo. Quien piense que dedicando su vida a adorar tal o cual personaje de película, libro o cómic va por el buen camino, se equivoca absolutamente. Su falsa religión sólo puede encaminarle a una frustración que antes o después aparecerá, y le hará darse cuenta de las fallos que ha cometido, de cómo se ha dejado llevar hacia un camino de oscuridad y simulacro.
La única solución pasa por desaprobar el fenómeno friki, por lo menos en sus manifestaciones más radicales. No se puede permitir que los jóvenes, muchas veces debido a su baja autoestima, caigan en las redes de este nuevo tipo de secta, que homogeneiza a las personas, anulándolas como sujetos independientes y abiertos a la verdadera vida, que sólo puede vivirse en el mundo real, y no en aquél que es fruto de la imaginación. Así, creo firmemente que los frikis deben ser re-orientados hacia la realidad que abandonaron. Es necesario de que con argumentos se les convenza de que se han equivocado. La razón debe prevalecer respecto a la imaginación, que aunque es una parte fundamental de nuestro ser, no puede tomar el control de nuestra vida. La máxima de Marcuse: “La imaginación al poder”, no la entienden bien. La “revolución del 68” buscaba cambiar las cosas, hacer de las utopías proyectos concretos que cambiaran la injusta realidad. Sin embargo, el fenómeno friki no se encamina hacia una mejora de la sociedad, sino que lo que éstos hacen es apartarse de ella, y emplear la imaginación para crear algo sólo para a ellos. La universalidad se rompe, y por lo tanto, desaparece la imaginación, que como utopía, se entrega a la verdad y lucha por que se alcance.
Así, un friki no es alguien que sea original, auténtico, que actúe de la manera en que lo hace por pura conciencia, sino que extrapola una hobby y lo convierte muchas veces en una obsesión. Por favor, no confundamos aquél que lucha por defender aquello que cree que es lo verdadero, lo que es justo, con un friki. Este último lo que debe hacer es moderar sus pasiones y otorgar a sus aficiones el lugar que le corresponden. Todo el mundo tiene hobbies, actividades lúdicas que especialmente le gustan. Por eso no es friki, aunque muchas veces pueda decirse esto. Sólo aquel para el que sus hobbies se conviertan en el fin de su vida, y para ello se aísle del resto, creando una pseudo-realidad en la que lo único que se dé es aquello que impera tal o cual afición, es un friki. Este tipo de personas deben ser ayudadas para que vuelvan a reconducir su vida por los cauces normales, en el mundo real. Se les tiene que enseñar a que utilicen su imaginación para defender proyectos que puedan mejorar el mundo, y no para construir una burbuja de soledad en la que se desvinculen de él.
A todos nos viene a la mente la imagen del algún conocido, o la de alguien que vimos, que lo consideramos un friki. Una persona rara, curiosa, de carácter introvertido y extremadamente aficionada a algún tema extraño. Su estética es característica, y parece acompañarle en su universo de realidad paralela, como un astronauta que lleva su traje espacial no sólo porque lo necesita, sino porque con él se siente preparado psicológicamente para afrontar la nueva realidad a la que se enfrenta. Podría decirse que es una forma de hacerse a su contexto, para que le reciba con el profundo cariño que él también le profesa. El friki construye su mundo, en donde se sumerge con tranquilidad, se siente en casa; un mundo de felicidad paralela donde la imaginación es la que gobierna.
A pesar de lo dicho, la realidad de este fenómeno sociológico no está todavía clara. No sabemos bien qué es realmente un friki: una forma de denominar a un tipo de persona que tiene unos gustos característicos, o bien un insulto, un intento de apuntar con el dedo y reírse del diferente, de aquél que es auténtico y vive como tal. De momento, podemos apuntar un primera característica clara: se es friki, es decir, es algo que conforma un carácter, una forma de ser, y por lo tanto, de enfrentarse a la vida desde un punto de vista distinta al resto. La duda es: este tipo de personas son simplemente originales, o bien son gente rara, “locos” que viven según les marca el hobby que tengan: cartas de rol, videojuegos, películas, cómics o libros de ciencia-ficción… Según parece, se podría más bien decir lo segundo.
El friki es un tipo excesivamente aficionado a determinados hobbies, generalmente relacionados con Internet, en los que se encierra hasta puntos extremos, llegando incluso a distorsionar la realidad. Más que tener ideales propios, se deja llevar por un mundo, que podría decirse que es underground, que le resulta más atractivo, aunque sea falso, no tenga ningún tipo de realidad, y lo único que haga es introducir a sus adeptos en una fantasía de felicidad fingida y de placeres nocivos. Los frikis defienden que encuentran el camino de la vida buena haciendo de una actividad lúdica la razón de su vida. Pues no. Lo único que hacen es confundir la vida con un burdo juego. Sólo se puede vivir en este mundo, porque es el único que hay. Puede que sea muy imperfecto, pero ahí estamos nosotros, cada uno, para cambiarlo. Quien piense que dedicando su vida a adorar tal o cual personaje de película, libro o cómic va por el buen camino, se equivoca absolutamente. Su falsa religión sólo puede encaminarle a una frustración que antes o después aparecerá, y le hará darse cuenta de las fallos que ha cometido, de cómo se ha dejado llevar hacia un camino de oscuridad y simulacro.
La única solución pasa por desaprobar el fenómeno friki, por lo menos en sus manifestaciones más radicales. No se puede permitir que los jóvenes, muchas veces debido a su baja autoestima, caigan en las redes de este nuevo tipo de secta, que homogeneiza a las personas, anulándolas como sujetos independientes y abiertos a la verdadera vida, que sólo puede vivirse en el mundo real, y no en aquél que es fruto de la imaginación. Así, creo firmemente que los frikis deben ser re-orientados hacia la realidad que abandonaron. Es necesario de que con argumentos se les convenza de que se han equivocado. La razón debe prevalecer respecto a la imaginación, que aunque es una parte fundamental de nuestro ser, no puede tomar el control de nuestra vida. La máxima de Marcuse: “La imaginación al poder”, no la entienden bien. La “revolución del 68” buscaba cambiar las cosas, hacer de las utopías proyectos concretos que cambiaran la injusta realidad. Sin embargo, el fenómeno friki no se encamina hacia una mejora de la sociedad, sino que lo que éstos hacen es apartarse de ella, y emplear la imaginación para crear algo sólo para a ellos. La universalidad se rompe, y por lo tanto, desaparece la imaginación, que como utopía, se entrega a la verdad y lucha por que se alcance.
Así, un friki no es alguien que sea original, auténtico, que actúe de la manera en que lo hace por pura conciencia, sino que extrapola una hobby y lo convierte muchas veces en una obsesión. Por favor, no confundamos aquél que lucha por defender aquello que cree que es lo verdadero, lo que es justo, con un friki. Este último lo que debe hacer es moderar sus pasiones y otorgar a sus aficiones el lugar que le corresponden. Todo el mundo tiene hobbies, actividades lúdicas que especialmente le gustan. Por eso no es friki, aunque muchas veces pueda decirse esto. Sólo aquel para el que sus hobbies se conviertan en el fin de su vida, y para ello se aísle del resto, creando una pseudo-realidad en la que lo único que se dé es aquello que impera tal o cual afición, es un friki. Este tipo de personas deben ser ayudadas para que vuelvan a reconducir su vida por los cauces normales, en el mundo real. Se les tiene que enseñar a que utilicen su imaginación para defender proyectos que puedan mejorar el mundo, y no para construir una burbuja de soledad en la que se desvinculen de él.
Etiquetas:
aislamiento,
extraño,
forma de vida,
friki,
geek,
Ignacio Salinas,
imaginación,
Marcuse,
razón,
soledad
11 de noviembre de 2006
Una identidad por favor por Borja Valcarce
Han pasado dos horas desde que me senté delante de la pantalla del ordenador para escribir este ensayo sobre lo que significa ser friki. Tras mucho tiempo investigando en la red, tras miles de lecturas realizadas; incluso tras realizar un test sobre qué es ser friki he llegado a una conclusión… ¡No soy un friki!… Es broma, según el test, sí lo soy, y además con un 63,9% de frikismo. Y a mucha honra.
Por lo tanto, desde el conocimiento práctico que me otorga el hecho de serlo intentaré realizar un acercamiento a las diferentes teorías e hipótesis lingüísticas que tratan de definir qué es ser friki, evidentemente sin conseguirlo, porque es una forma de vida.
Así pues, cuando nos asomamos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encontramos que la palabra friki no está registrada. Sin embargo, en la Wikipedia encontramos una gran descripción sobre este término. Friki es aquella persona que tiene una afición desmesurada por algún hobby o tema determinado. Sin embargo, como bien acaba afirmando, verdaderamente es friki aquel ser que lo transforma en su forma de vida.
A mi entender, esta concepción está equivocada, ya que, si seguimos las teorías de Wittgenstein, podemos ver cómo esta palabra se usa de diversas maneras según el contexto en la que se pronuncie. El friki se ha visto como una persona que suele ser inadaptada, pasota y tímida e introvertida. Además, para otras personas carecen de interés como seres humanos porque no mantienen conversaciones inteligentes ni tienen una personalidad bien definida… Evidentemente, esto es otro gran error. Es cierto que nos podemos encontrar a muchas personas que son así, pero no todo friki responde a esta descripción. En este mundo podemos encontrar de todo en toda su superficie… ya se sabe, “para gustos los colores”.
Los frikis son personas normales y corrientes que tienen unos intereses determinados y bastante comunes. La palabra tiene su origen en el término inglés freak que significa “extraño y anormal” y se aplicaba a las personas con malformaciones físicas y diferentes grados de subnormalidad. Sin embargo, la palabra se sustantivó para designar a un grupo de personas que, por sus aficiones poco comunes, eran tratadas como parias de la sociedad. Así pues, como toda máscara que se impone sobre la realidad, estas personas aceptaron su condición de “raros” y potenciaron sus rasgos característicos para formarse una identidad común que pudiesen compartir sólo entre ellos.
Pero el término siguió evolucionando hasta perder incluso su sentido despectivo. Hoy en día podría significar a cualquier persona que tiene una obsesión por un tema en concreto. Ciertamente, todavía no se usa de esta forma, pero es cuestión de tiempo, porque a nadie le importa ser llamado friki. De hecho, se ha puesto de moda y ahora todo el mundo quiere ser friki. Al fin y al cabo, significa tener un elevado interés sobre algo. Y en los tiempos que corren, en los que los jóvenes no tienen una identidad establecida salvo la que el alcohol o las drogas pueden otorgarles por las noches, ser friki significa ser alguien distinto a los demás. Es la huida de ese abrazo constrictivo que la sociedad ejerce sobre aquellos miembros que se dejan guiar por las modas institucionalmente establecidas. Por ello, puede decirse que el friki, vergüenza, sátrapa y carga para la sociedad, tiene una identidad. Pero si esta identidad es fruto del círculo social en el que se mueven, es otro tema para otro escrito.
Por lo tanto, desde el conocimiento práctico que me otorga el hecho de serlo intentaré realizar un acercamiento a las diferentes teorías e hipótesis lingüísticas que tratan de definir qué es ser friki, evidentemente sin conseguirlo, porque es una forma de vida.
Así pues, cuando nos asomamos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encontramos que la palabra friki no está registrada. Sin embargo, en la Wikipedia encontramos una gran descripción sobre este término. Friki es aquella persona que tiene una afición desmesurada por algún hobby o tema determinado. Sin embargo, como bien acaba afirmando, verdaderamente es friki aquel ser que lo transforma en su forma de vida.
A mi entender, esta concepción está equivocada, ya que, si seguimos las teorías de Wittgenstein, podemos ver cómo esta palabra se usa de diversas maneras según el contexto en la que se pronuncie. El friki se ha visto como una persona que suele ser inadaptada, pasota y tímida e introvertida. Además, para otras personas carecen de interés como seres humanos porque no mantienen conversaciones inteligentes ni tienen una personalidad bien definida… Evidentemente, esto es otro gran error. Es cierto que nos podemos encontrar a muchas personas que son así, pero no todo friki responde a esta descripción. En este mundo podemos encontrar de todo en toda su superficie… ya se sabe, “para gustos los colores”.
Los frikis son personas normales y corrientes que tienen unos intereses determinados y bastante comunes. La palabra tiene su origen en el término inglés freak que significa “extraño y anormal” y se aplicaba a las personas con malformaciones físicas y diferentes grados de subnormalidad. Sin embargo, la palabra se sustantivó para designar a un grupo de personas que, por sus aficiones poco comunes, eran tratadas como parias de la sociedad. Así pues, como toda máscara que se impone sobre la realidad, estas personas aceptaron su condición de “raros” y potenciaron sus rasgos característicos para formarse una identidad común que pudiesen compartir sólo entre ellos.
Pero el término siguió evolucionando hasta perder incluso su sentido despectivo. Hoy en día podría significar a cualquier persona que tiene una obsesión por un tema en concreto. Ciertamente, todavía no se usa de esta forma, pero es cuestión de tiempo, porque a nadie le importa ser llamado friki. De hecho, se ha puesto de moda y ahora todo el mundo quiere ser friki. Al fin y al cabo, significa tener un elevado interés sobre algo. Y en los tiempos que corren, en los que los jóvenes no tienen una identidad establecida salvo la que el alcohol o las drogas pueden otorgarles por las noches, ser friki significa ser alguien distinto a los demás. Es la huida de ese abrazo constrictivo que la sociedad ejerce sobre aquellos miembros que se dejan guiar por las modas institucionalmente establecidas. Por ello, puede decirse que el friki, vergüenza, sátrapa y carga para la sociedad, tiene una identidad. Pero si esta identidad es fruto del círculo social en el que se mueven, es otro tema para otro escrito.
Etiquetas:
afición,
Borja Valcarce,
forma de vida,
freak,
friki,
hobby,
identidad,
interés,
moda,
Wittgenstein
10 de noviembre de 2006
Qué es ser friki por Jaime Nubiola
Entre la gente joven se utiliza de manera creciente el término "friki" para referirse a personas o situaciones muy diversas. Hay quienes dicen que todos tenemos nuestro punto de friki, y otros que limitan ese apelativo a aquellos que están polarizados casi de manera obsesiva con programas de ordenador, videojuegos, cómics japoneses, novelas góticas y otros elementos relativamente marginales de la cultura juvenil. Me dicen que quien compra un diente de tiburón por cinco euros a través de internet es claramente un friki, pero también puede serlo quien viste preferentemente de negro. Un friki es casi siempre antisocial, encerrado en su propio mundo, pero a menudo socializa intensamente con otros frikis como él. Un friki es marginal y obsesivo, es un raro, pero también es cada vez más normal esto de ser raro. Para unos llamar a alguien friki es un insulto, mientras que otros se enorgullecen de ser totalmente frikis. Del mosaico de respuestas incompatibles que obtuve de esta primera investigación entre la gente joven, concluí que la palabra "friki" tenía muchos sentidos y que no estaba muy claro en qué consistía realmente ser friki.
Para ganar en claridad acudí a Google y encontré en Wikipedia una página muy completa sobre la historia y las características de lo friki y el frikismo , e incluso una página dedicada al día del orgullo friki, el 25 de mayo, en conmemoración del estreno del enésimo episodio de Star Wars en el 2006.
El lenguaje juvenil es interesante en sí mismo, pero además, muy a menudo, sugiere horizontes insospechados para la reflexión filosófica, pues apunta a fenómenos emergentes nuevos en el ámbito de la cultura o de los comportamientos sociales (por ejemplo, la ambigüedad del verbo "salir"). En esta ocasión, después de escuchar a diversos estudiantes sobre esta materia, y tratar de adentrarme en la esencia del frikismo, vino a mi memoria la discusión del esencialismo que lleva a cabo Wittgenstein en los parágrafos 65-71 de las Investigaciones filosóficas.
Estaba analizando Wittgenstein cuál era la esencia del lenguaje y después de enumerar múltiples usos del lenguaje, los diversos juegos de lenguaje, se objeta a sí mismo: "No has dicho en ninguna parte qué es lo esencial de un juego de lenguaje y, por tanto, del lenguaje. Qué es común a todos esos procesos y los convierte en lenguaje, o en partes del lenguaje. Te ahorras, pues, justamente la parte de la investigación que te dio en su tiempo más quebraderos de cabeza, a saber, la tocante a la forma general de la proposición y del lenguaje" (IF & 65). Algo parecido podría objetarme yo ahora: te has dedicado a preguntar a la gente joven a quiénes consideran frikis, cuándo usan la palabra friki o sus derivados (frikada, frikaja, etc.), pero no te has adentrado en cuál es la esencia de lo friki, qué es ser friki en sí mismo.
Mi respuesta a esa objeción no puede ser muy distinta de la de Wittgenstein. No hay un conjunto de propiedades necesarias y suficientes que deban poseer todos los frikis. Parafraseando a Wittgenstein, no hay algo que sea común a todos los que llamamos frikis, "no hay nada en absoluto común a estos fenómenos por lo que empleemos la misma palabra para todos, sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco, o de estos parentescos, los llamamos a todos" (IF &65) frikis.
No digas: "Tiene que haber algo común a ellos o no los llamaríamos frikis", sino mira si hay algo común a todos ellos. Si los miras no verás algo que sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y ciertamente toda una serie de ellos. Como se ha dicho: ¡no pienses, sino mira! Y el resultado de ese examen es el siguiente: Vemos una complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan. Parecidos a gran escala y de detalle. No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión "parecidos de familia"; pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, facciones, color de los ojos, andares, temperamento, etc., etc. —Y diré: los 'frikis' componen una familia (cf. IF & 66-67).
Sin duda, Ludwig Wittgenstein, el pensador más profundo del siglo XX, era bastante friki.
Para ganar en claridad acudí a Google y encontré en Wikipedia una página muy completa sobre la historia y las características de lo friki y el frikismo , e incluso una página dedicada al día del orgullo friki, el 25 de mayo, en conmemoración del estreno del enésimo episodio de Star Wars en el 2006.
El lenguaje juvenil es interesante en sí mismo, pero además, muy a menudo, sugiere horizontes insospechados para la reflexión filosófica, pues apunta a fenómenos emergentes nuevos en el ámbito de la cultura o de los comportamientos sociales (por ejemplo, la ambigüedad del verbo "salir"). En esta ocasión, después de escuchar a diversos estudiantes sobre esta materia, y tratar de adentrarme en la esencia del frikismo, vino a mi memoria la discusión del esencialismo que lleva a cabo Wittgenstein en los parágrafos 65-71 de las Investigaciones filosóficas.
Estaba analizando Wittgenstein cuál era la esencia del lenguaje y después de enumerar múltiples usos del lenguaje, los diversos juegos de lenguaje, se objeta a sí mismo: "No has dicho en ninguna parte qué es lo esencial de un juego de lenguaje y, por tanto, del lenguaje. Qué es común a todos esos procesos y los convierte en lenguaje, o en partes del lenguaje. Te ahorras, pues, justamente la parte de la investigación que te dio en su tiempo más quebraderos de cabeza, a saber, la tocante a la forma general de la proposición y del lenguaje" (IF & 65). Algo parecido podría objetarme yo ahora: te has dedicado a preguntar a la gente joven a quiénes consideran frikis, cuándo usan la palabra friki o sus derivados (frikada, frikaja, etc.), pero no te has adentrado en cuál es la esencia de lo friki, qué es ser friki en sí mismo.
Mi respuesta a esa objeción no puede ser muy distinta de la de Wittgenstein. No hay un conjunto de propiedades necesarias y suficientes que deban poseer todos los frikis. Parafraseando a Wittgenstein, no hay algo que sea común a todos los que llamamos frikis, "no hay nada en absoluto común a estos fenómenos por lo que empleemos la misma palabra para todos, sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco, o de estos parentescos, los llamamos a todos" (IF &65) frikis.
No digas: "Tiene que haber algo común a ellos o no los llamaríamos frikis", sino mira si hay algo común a todos ellos. Si los miras no verás algo que sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y ciertamente toda una serie de ellos. Como se ha dicho: ¡no pienses, sino mira! Y el resultado de ese examen es el siguiente: Vemos una complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan. Parecidos a gran escala y de detalle. No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión "parecidos de familia"; pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, facciones, color de los ojos, andares, temperamento, etc., etc. —Y diré: los 'frikis' componen una familia (cf. IF & 66-67).
Sin duda, Ludwig Wittgenstein, el pensador más profundo del siglo XX, era bastante friki.
Etiquetas:
esencia,
friki,
Investigaciones filosóficas,
Jaime Nubiola,
lenguaje,
Wittgenstein
8 de noviembre de 2006
2º Sesión del Grupo de Escritura Filosófica
Ha tenido lugar en el día de hoy la 2º sesión del Grupo de Escritura Filosófica, y ha sido todo un éxito, en la que hemos leido los textos que han escrito nuestros filósofos y filósofas.
Especialmente hay que destacar el debate posterior en el que visiones de todo tipo se han manifestado, hasta llegar al choque directo de posturas. Sin embargo, hay que recalcar que finalmente se ha llegado a un punto en común, aunque solo haya sido en un tema concreto y no en la globalidad de la cuestión tratada.
Como recordarán el tema de esta sesión era: "¿Qué es lo friki?". Se han presentado cinco textos que irán siendo publicados poco a poco. Solo recordarles que para la próxima sesión el tema a tratar es el de: "Individualismo o la radicalización del individualismo".
Especialmente hay que destacar el debate posterior en el que visiones de todo tipo se han manifestado, hasta llegar al choque directo de posturas. Sin embargo, hay que recalcar que finalmente se ha llegado a un punto en común, aunque solo haya sido en un tema concreto y no en la globalidad de la cuestión tratada.
Como recordarán el tema de esta sesión era: "¿Qué es lo friki?". Se han presentado cinco textos que irán siendo publicados poco a poco. Solo recordarles que para la próxima sesión el tema a tratar es el de: "Individualismo o la radicalización del individualismo".
7 de noviembre de 2006
Un reflejo de la sociedad: el botellón por Ignacio Salinas
El botellón es una de las prácticas más difundidas entre la juventud actual. Hay quienes lo defienden, otros en cambio se muestran muy críticos con él y con todo lo que tenga que ver con las formas de diversión de los jóvenes. Ante estos dos polos, debemos ser equilibrados, intentar buscar un término medio, ya que ambas posturas, en cuanto tales, son verdaderas. Sólo teniendo una posición abierta, sin prejuicios, aunque eso sí, con principios, se puede tratar la cuestión del botellón y de cómo se divierte la juventud de hoy en día. Las posiciones dogmáticas, que podríamos denominar de carácter etnocentrista, tanto de un lado como de otro son muy negativas, y no consiguen llegar a ningún punto de encuentro.
La cultura occidental, desde sus orígenes, se encuentra muy relacionada con lo que es el consumo de alcohol. Los países mediterráneos llevan produciendo vino prácticamente desde el comienzo de la actividad agraria. En este sentido, la ingerencia de alcohol ha sido siempre algo normal durante la comida. Cualquier reunión social se celebraba con el acompañamiento del alcohol. Esta tradición sigue manteniéndose, es más, sigue formando parte del carácter esencial de cualquier celebración. No obstante, hay quienes no tienen en cuenta esto, y se dedican a criticar el botellón como una forma absolutamente censurable de diversión. Pues bien, habría que decirles a estas personas que los jóvenes no hacen nada anormal, sino que se comportan según sus costumbres, aquellas que han visto y vivido en su entorno cultural. Lo que sí es cierto es que la juventud de hoy en día bebe demasiado y desde una edad demasiado temprana. Sin embargo, éste es un problema que de nuevo no se le puede achacar a los jóvenes, por lo menos exclusivamente, ya que es algo de lo que la sociedad es hasta cierto punto culpable. Los adultos, especialmente en España, beben mucho, sobre todo cuando se reúnen en celebraciones: comidas con amigos, bodas, comuniones… Los jóvenes actúan, todavía sin un criterio propio consolidado, dejándose llevar por lo que ven, especialmente y como es lógico, siguiendo el ejemplo de sus padres. De esta manera, beben, y en exceso, porque así creen que ya están más cerca de la ansiada madurez, etapa de la vida en la que uno puede hacer lo que le apetezca sin dar explicaciones a nadie, y en definitiva, es libre.
Efectivamente, lo que buscan los jóvenes emborrachándose es acercarse más a esa edad adulta, que tocan con las puntas de las manos. Aunque hay que señalar, como es evidente, que ésta no es la única causa que les lleva a beber. El mundo al que transporta el alcohol es demasiado seductor como para que no se busque como un fin en sí mismo. Las sensaciones, la apertura que sufren hasta las personas más tímidas… con una borrachera de sábado son inalcanzables con el simple poder de la razón. Así, cada fin de semana, los jóvenes se dirigen a beber a cualquier casa o plaza pública. Cada trago es una oda a las buenas experiencias, a la diversión sin límite que el alcohol nos proporciona. En un mundo en que la felicidad parece una utopía, toda la sociedad necesita su “dosis”, ya sea de alcohol, drogas, teledeporte las 24 horas etc. Cualquier cosa que nos evada de este mundo demasiado real nos vale. Necesitamos estar enganchados a la nada para poder seguir adelante. Ésa es la tristeza de nuestro tiempo, y no sólo se le debe achacar a la juventud. Es nuestra sociedad la que cada día fomenta el botellón, ofreciendo un mundo que vale menos la pena que una botella de “calimocho”.
De esta forma, el problema del botellón, concebido exclusivamente en su vertiente más dura, de mero instrumento para emborracharse, debe insertarse dentro de un contexto más amplio, global, para entenderse bien. La sociedad tiene que encontrar la respuesta a sus preguntas, el fin, y de esta manera, el camino por el que dirigirse. Como dice Max Scheler: “El hombre no sabe lo que es, pero sabe que no lo sabe. ¿Qué hacer para salir de ese impase?”. Esa es la cuestión que debe resolverse y que, al fin y al cabo, es la que nos está provocando demasiados problemas tanto a los jóvenes como a los adultos.
La cultura occidental, desde sus orígenes, se encuentra muy relacionada con lo que es el consumo de alcohol. Los países mediterráneos llevan produciendo vino prácticamente desde el comienzo de la actividad agraria. En este sentido, la ingerencia de alcohol ha sido siempre algo normal durante la comida. Cualquier reunión social se celebraba con el acompañamiento del alcohol. Esta tradición sigue manteniéndose, es más, sigue formando parte del carácter esencial de cualquier celebración. No obstante, hay quienes no tienen en cuenta esto, y se dedican a criticar el botellón como una forma absolutamente censurable de diversión. Pues bien, habría que decirles a estas personas que los jóvenes no hacen nada anormal, sino que se comportan según sus costumbres, aquellas que han visto y vivido en su entorno cultural. Lo que sí es cierto es que la juventud de hoy en día bebe demasiado y desde una edad demasiado temprana. Sin embargo, éste es un problema que de nuevo no se le puede achacar a los jóvenes, por lo menos exclusivamente, ya que es algo de lo que la sociedad es hasta cierto punto culpable. Los adultos, especialmente en España, beben mucho, sobre todo cuando se reúnen en celebraciones: comidas con amigos, bodas, comuniones… Los jóvenes actúan, todavía sin un criterio propio consolidado, dejándose llevar por lo que ven, especialmente y como es lógico, siguiendo el ejemplo de sus padres. De esta manera, beben, y en exceso, porque así creen que ya están más cerca de la ansiada madurez, etapa de la vida en la que uno puede hacer lo que le apetezca sin dar explicaciones a nadie, y en definitiva, es libre.
Efectivamente, lo que buscan los jóvenes emborrachándose es acercarse más a esa edad adulta, que tocan con las puntas de las manos. Aunque hay que señalar, como es evidente, que ésta no es la única causa que les lleva a beber. El mundo al que transporta el alcohol es demasiado seductor como para que no se busque como un fin en sí mismo. Las sensaciones, la apertura que sufren hasta las personas más tímidas… con una borrachera de sábado son inalcanzables con el simple poder de la razón. Así, cada fin de semana, los jóvenes se dirigen a beber a cualquier casa o plaza pública. Cada trago es una oda a las buenas experiencias, a la diversión sin límite que el alcohol nos proporciona. En un mundo en que la felicidad parece una utopía, toda la sociedad necesita su “dosis”, ya sea de alcohol, drogas, teledeporte las 24 horas etc. Cualquier cosa que nos evada de este mundo demasiado real nos vale. Necesitamos estar enganchados a la nada para poder seguir adelante. Ésa es la tristeza de nuestro tiempo, y no sólo se le debe achacar a la juventud. Es nuestra sociedad la que cada día fomenta el botellón, ofreciendo un mundo que vale menos la pena que una botella de “calimocho”.
De esta forma, el problema del botellón, concebido exclusivamente en su vertiente más dura, de mero instrumento para emborracharse, debe insertarse dentro de un contexto más amplio, global, para entenderse bien. La sociedad tiene que encontrar la respuesta a sus preguntas, el fin, y de esta manera, el camino por el que dirigirse. Como dice Max Scheler: “El hombre no sabe lo que es, pero sabe que no lo sabe. ¿Qué hacer para salir de ese impase?”. Esa es la cuestión que debe resolverse y que, al fin y al cabo, es la que nos está provocando demasiados problemas tanto a los jóvenes como a los adultos.
Etiquetas:
Botellón,
costumbres,
edad,
educación,
fin,
Ignacio Salinas,
Max Scheler
6 de noviembre de 2006
Mi vecina la del quinto por Anónima
El otro día vi a mi vecina la del quinto (ésa que hasta hace dos días se me solía quedar mirando absorta, desde su metro y medio de estatura, cuando coincidíamos en el ascensor) dándose el lote, borracha perdida, con un tiparraco en el portal. No sé si será que me estoy haciendo vieja, o si ya no recuerdo aquella ligereza adolescente, pero no pude menos que sentir una profunda vergüenza ajena ante el espectáculo. Una sensación de “¿pero qué está haciendo?” se apoderó de mí hasta tal punto que volví la cabeza al pasar, no por morbo (a mí qué me importa lo que haga esa niña con su novio), sino para cerciorarme de que era verdad lo que mis ojos veían. Ella me miró y siguió a lo suyo, como si no hubiera nadie pasando.
Fui caminando hasta el sitio donde había quedado con mis amigos para salir por ahí a dar una vuelta, recreando una y otra vez la imagen imborrable de mi vecina haciendo el ridículo en mi edificio. Cuando llegué, me los encontré, como siempre, bebiendo. Alguno que otro ya borracho. Anduvimos toda la noche de bar en bar, bailando y bebiendo copas (unos más que otros). Como era de esperar, yo, que seguía pensando de vez en cuando en mi vecina la del quinto, empecé a relacionar las dos situaciones. Miraba a mi alrededor y sólo veía a gente haciendo el ridículo, con su narcisismo extravagante, inoportunos, inelegantes, insoportables… borrachuzos.
Y empecé a tomar conclusiones. Cada fin de semana, lo que se hace fundamentalmente entre los jóvenes es beber hasta emborracharse. Y parece que el hábito tiene su origen en un deseo de libertad, de autonomía respecto a las normas sociales. Sí, la gente dice beber para evadirse de las imposiciones cotidianas, pero los resultados suelen ser bien distintos: comportamientos bochornosos, decisiones indeseadas, pérdida de la conciencia que nos hace libres.
Además me di cuenta de que, si una no se emborracha, no encaja en semejante desorden. Porque se encuentra rodeada de un sinsentido, de una algarabía de cuerpos incapaces de percibir el sentido de la interacción, discapacitados para nadar en ese mundo mágico de las interconexiones sociales. Al emborracharnos es como si perdiéramos ese instinto que nos permite orientarnos a través de la vida social. Nos encierra en un cuerpo que ha perdido toda capacidad de movernos libremente a través de las relaciones intersubjetivas. Nos deja atontados e insensibles a la presencia del otro.
Cuando mi vecina estaba allí, dale que te pego con su compañero, indolente a lo que ocurría a su alrededor (imagino que yo no sería la única persona del vecindario que se la encontró en ese estado), estaba escogiendo perderse la oportunidad de ser ella misma. Y es que no somos nosotros si no dejamos que la presencia incontestable de los otros influya de algún modo en nuestras elecciones. Dado que al día siguiente se habría despertado con una sensación de “tierra trágame” (seguro que sí, nos ha pasado a todos), lo normal habría sido que mi vecina hubiese sentido vergüenza cuando la miré a los ojos. Pero no ví rastro de inseguridad en su cara. Vi más bien como un vacío en su mirada, un hueco impersonal, una no-actitud. No era un desafío arrogante. No era un “¿tú qué miras?”. Ni un “hago lo que me da la gana”. Eso no me habría asustado tanto. Lo que me dio miedo, lo que me horrorizó de veras fue la pasividad absoluta con que estaba ahí. Estaba manejada, no es que actuara por instinto, sólo no actuaba. Era actuada. Sí, porque se movía desde dentro, pero no era ella la responsable de sus movimientos. Había actividad, pero no había persona. Fue extraño.
Es como si el mundo funcionara sin nosotros, cuando bebemos. Y obviamente, sin nosotros el mundo toma caminos que no encajan con nuestros intereses. Me viene a la memoria aquella ya célebre reflexión de la escritora Lucía Echeverría que protestaba contra la estupidez de los jóvenes españoles (que se unían a manifestaciones a favor del botellón) frente a la sensatez de los franceses (que salían a la calle para defender su derecho a un contrato digno). Mientras bebemos, la vida sigue su curso sin nosotros. Y sin nosotros, los empresarios se frotan las manos firmando contratos basura que nadie parece estar dispuesto a rechazar. Está la vida como para rechazar una oportunidad de empleo. Casi hay que dar las gracias por que le cojan a una de prácticas no remuneradas. Porque a la cola hay siempre gente dispuesta a trabajar gratis. Y nadie se queja. Y seguimos bebiendo, y bailando borrachos en la calle, como para celebrar ¿qué? No quiero ponerme trágica, pero a veces se me ocurre que nos estamos volviendo idiotas del todo.
¿Y quién sale beneficiado de todo esto? Nosotros desde luego, no.
Fui caminando hasta el sitio donde había quedado con mis amigos para salir por ahí a dar una vuelta, recreando una y otra vez la imagen imborrable de mi vecina haciendo el ridículo en mi edificio. Cuando llegué, me los encontré, como siempre, bebiendo. Alguno que otro ya borracho. Anduvimos toda la noche de bar en bar, bailando y bebiendo copas (unos más que otros). Como era de esperar, yo, que seguía pensando de vez en cuando en mi vecina la del quinto, empecé a relacionar las dos situaciones. Miraba a mi alrededor y sólo veía a gente haciendo el ridículo, con su narcisismo extravagante, inoportunos, inelegantes, insoportables… borrachuzos.
Y empecé a tomar conclusiones. Cada fin de semana, lo que se hace fundamentalmente entre los jóvenes es beber hasta emborracharse. Y parece que el hábito tiene su origen en un deseo de libertad, de autonomía respecto a las normas sociales. Sí, la gente dice beber para evadirse de las imposiciones cotidianas, pero los resultados suelen ser bien distintos: comportamientos bochornosos, decisiones indeseadas, pérdida de la conciencia que nos hace libres.
Además me di cuenta de que, si una no se emborracha, no encaja en semejante desorden. Porque se encuentra rodeada de un sinsentido, de una algarabía de cuerpos incapaces de percibir el sentido de la interacción, discapacitados para nadar en ese mundo mágico de las interconexiones sociales. Al emborracharnos es como si perdiéramos ese instinto que nos permite orientarnos a través de la vida social. Nos encierra en un cuerpo que ha perdido toda capacidad de movernos libremente a través de las relaciones intersubjetivas. Nos deja atontados e insensibles a la presencia del otro.
Cuando mi vecina estaba allí, dale que te pego con su compañero, indolente a lo que ocurría a su alrededor (imagino que yo no sería la única persona del vecindario que se la encontró en ese estado), estaba escogiendo perderse la oportunidad de ser ella misma. Y es que no somos nosotros si no dejamos que la presencia incontestable de los otros influya de algún modo en nuestras elecciones. Dado que al día siguiente se habría despertado con una sensación de “tierra trágame” (seguro que sí, nos ha pasado a todos), lo normal habría sido que mi vecina hubiese sentido vergüenza cuando la miré a los ojos. Pero no ví rastro de inseguridad en su cara. Vi más bien como un vacío en su mirada, un hueco impersonal, una no-actitud. No era un desafío arrogante. No era un “¿tú qué miras?”. Ni un “hago lo que me da la gana”. Eso no me habría asustado tanto. Lo que me dio miedo, lo que me horrorizó de veras fue la pasividad absoluta con que estaba ahí. Estaba manejada, no es que actuara por instinto, sólo no actuaba. Era actuada. Sí, porque se movía desde dentro, pero no era ella la responsable de sus movimientos. Había actividad, pero no había persona. Fue extraño.
Es como si el mundo funcionara sin nosotros, cuando bebemos. Y obviamente, sin nosotros el mundo toma caminos que no encajan con nuestros intereses. Me viene a la memoria aquella ya célebre reflexión de la escritora Lucía Echeverría que protestaba contra la estupidez de los jóvenes españoles (que se unían a manifestaciones a favor del botellón) frente a la sensatez de los franceses (que salían a la calle para defender su derecho a un contrato digno). Mientras bebemos, la vida sigue su curso sin nosotros. Y sin nosotros, los empresarios se frotan las manos firmando contratos basura que nadie parece estar dispuesto a rechazar. Está la vida como para rechazar una oportunidad de empleo. Casi hay que dar las gracias por que le cojan a una de prácticas no remuneradas. Porque a la cola hay siempre gente dispuesta a trabajar gratis. Y nadie se queja. Y seguimos bebiendo, y bailando borrachos en la calle, como para celebrar ¿qué? No quiero ponerme trágica, pero a veces se me ocurre que nos estamos volviendo idiotas del todo.
¿Y quién sale beneficiado de todo esto? Nosotros desde luego, no.
Etiquetas:
adolescencia,
Anónima,
borrachera,
Botellón,
hábito,
libertad,
pasividad,
ridículo,
vida social
4 de noviembre de 2006
La percha del botellón por Jaime Nubiola
El mayo pasado escribía que "la denominada cultura del botellón, esto es, la forma de vida de los jóvenes que se emborrachan cada fin de semana, está constituida por aquéllos que han renunciado en su vida práctica a hacerse más preguntas, por quienes han decidido que no compensa pensar y que basta con hacer como los demás para evitar el mortal aburrimiento en el que habitualmente viven. Se emborrachan para desconectar de sus estudios y de sus padres; para lograr una sensación de felicidad que les libere al menos por unas horas del aburrimiento vital. A muchos les basta con pasar mortecinamente los días de la semana y sentir que viven en el fin de semana gracias al alcohol y a otras sustancias estimulantes consumidas en compañía. (...) Nuestros jóvenes se emborrachan porque se aburren: ahí está el problema vital. Se aburren porque han clausurado su capacidad de aprender de sus maestros, de sus padres, de sus profesores. (...) Nuestros jóvenes se aburren porque sus profesores han matado sus ganas de aprender. Sólo si los profesores están persuadidos de que su tarea educativa es lo que la humanidad necesita, lograrán contagiarles la ilusión por aprender, el afán por hacer progresar la ciencia y por construir entre todos una sociedad más justa."
Han pasado unos meses y no estoy en desacuerdo ahora con lo que entonces escribí, pero sí me parece que no había captado un elemento importante que me hizo notar hace unos pocos días un experto en actividades juveniles. Muchos chicos de 15 años —venía a decirme— se quedarían el viernes por la noche en su casa viendo tranquilamente la televisión con sus padres, si no fuera porque les horroriza imaginar lo que pasará el lunes.
Y lo que pasará el lunes es que sus amigos descubrirán que es un "colgao" y esto es lo que más teme un joven de nuestro tiempo. Sus amigos le explicarán que se perdió la borrachera de fulanito que acabó en calzoncillos en una fuente, o lo que le pasó a zutanita con menganito, o lo que sea, para que quien no acudió al botellón se sienta verdaderamente un "colgao". En este sentido puede decirse que lo que engancha del botellón no es tanto el consumo de alcohol, como el sentido de la pertenencia a un grupo. Quienes se emborrachan en la noche del viernes o el sábado no toman ni un vaso de vino ni una cerveza durante el resto de la semana. El botellón es el gran elemento socializador de nuestra juventud actual. Será mejor o peor no sólo en función de la calidad de los líquidos ingeridos, sino sobre todo en función de la compañía.
Han pasado unos meses y no estoy en desacuerdo ahora con lo que entonces escribí, pero sí me parece que no había captado un elemento importante que me hizo notar hace unos pocos días un experto en actividades juveniles. Muchos chicos de 15 años —venía a decirme— se quedarían el viernes por la noche en su casa viendo tranquilamente la televisión con sus padres, si no fuera porque les horroriza imaginar lo que pasará el lunes.
Y lo que pasará el lunes es que sus amigos descubrirán que es un "colgao" y esto es lo que más teme un joven de nuestro tiempo. Sus amigos le explicarán que se perdió la borrachera de fulanito que acabó en calzoncillos en una fuente, o lo que le pasó a zutanita con menganito, o lo que sea, para que quien no acudió al botellón se sienta verdaderamente un "colgao". En este sentido puede decirse que lo que engancha del botellón no es tanto el consumo de alcohol, como el sentido de la pertenencia a un grupo. Quienes se emborrachan en la noche del viernes o el sábado no toman ni un vaso de vino ni una cerveza durante el resto de la semana. El botellón es el gran elemento socializador de nuestra juventud actual. Será mejor o peor no sólo en función de la calidad de los líquidos ingeridos, sino sobre todo en función de la compañía.
Etiquetas:
aburrimiento,
amistad,
Botellón,
educación,
Jaime Nubiola,
vergüenza
La máscara del botellón por Paula Zubiaur
Desde que las elecciones del 2004 cambiaron la dirección de la política en España, ha habido una constante persecución para aniquilar ciertas costumbres que estaban ya arraigadas en la sociedad. Al parecer el Estado presume de preocuparse más por nuestra salud y califica como nocivos hábitos tales como fumar, beber, conducir temerariamente…costumbres que hasta entonces habían tenido un papel secundario en los planes políticos.
De entre los aspectos señalados quisiera centrarme en el tema del beber, y más concretamente en el del botellón. Esta actividad, que para los jóvenes es una forma más de reunirse y pasarlo bien, preocupa a los altos cargos de la sociedad. Y preocupa de verdad. De ahí que nos atiborren con publicidad en contra del alcohol en todos los medios: televisivo, prensa escrita, carteles publicitarios...que se mezclan con anuncios que promocionan bebidas alcohólicas en busca de beneficio. Si se me permite, llamaré a este efecto “paradoja publicitaria”.
El verdadero problema me parece que está en esa preocupación de la que hablaba. ¿Se preocupan por nuestra salud? Supongo que la cuestión va más allá del mero físico. Hace unos años eran otros los fenómenos los que movían las actividades de los jóvenes. Ahora beber se ha puesto de moda. Pero, ¿dónde está ese giro? ¿Por qué se ha producido?
Las raíces de este cambio sucumben con las relaciones interpersonales. Éstas se han visto afectadas por factores como las nuevas tecnologías (Play Station, ordenador, televisión), el individualismo, que aparta al hombre de la sociedad y lo encierra en sí mismo; el materialismo y consumismo exacerbados…Corrientes que pretenden el bienestar, sí, pero de cada uno: que yo compre beneficia al vendedor, y al fabricante que aquél venda sus productos…pero es una cadena donde no se busca en el otro más que la satisfacción de las propias necesidades. Yo mi me conmigo, ésta es la filosofía del siglo XXI. Los jóvenes ya no quedan para comer pipas, porque se aburren. Con los padres uno ya no habla, porque hay series de televisión más interesantes. A uno no le importa que el del al lado yazca muerto mientras él siga vivito y coleando. Y entre todo esto están las relaciones personales. Pero los jóvenes ya no se relacionan como antes, no porque no quieran, sino porque no saben. Han aprendido a cuidarse y a sobrevivir por sus propios medios, solos, apartados del resto, no física pero sí psicológicamente. Y ante este problema llegan los sábados, y el alcohol cura ese aislamiento colocándonos en el puntillo donde uno pierde la vergüenza. En ese estado que es un yo inconsciente. Así uno cree tener amigos con quienes poder hablar. Amistades que se esfuman con la resaca del domingo, porque nunca existieron.
Y entretanto a los políticos ¿realmente les importa sólo nuestra salud? ¿No les preocupa más bien el futuro próximo? El futuro está en los jóvenes, en muchachos que se encierran a jugar con la videoconsola, que se anidan solos en la biblioteca y no salen a comer golosinas porque tendrán que compartirlas siempre con el compañero que no tiene un céntimo, en definitiva con jóvenes que se emborrachan. Tanta publicidad “anti” no sirve tanto para erradicar como para publicitar el hecho. El problema no está en el hecho mismo de beber, que en sí mismo no perjudica más que a la salud. La cuestión tiene mucho más fondo que el hecho de reunirse para tomar unas cuantas copas. El verdadero problema está en los ideales que la juventud no tiene, no porque no los quiera, sino porque los encargados de la educación tienen poco afán por enseñárselos. Eso es lo que debería haber, menos gasto en evitar fenómenos particulares y más empeño por mejorar los aspectos generales de la vida humana, sobre todo si se trata de invertir en el bienestar futuro, que somos nosotros, los jóvenes.
De entre los aspectos señalados quisiera centrarme en el tema del beber, y más concretamente en el del botellón. Esta actividad, que para los jóvenes es una forma más de reunirse y pasarlo bien, preocupa a los altos cargos de la sociedad. Y preocupa de verdad. De ahí que nos atiborren con publicidad en contra del alcohol en todos los medios: televisivo, prensa escrita, carteles publicitarios...que se mezclan con anuncios que promocionan bebidas alcohólicas en busca de beneficio. Si se me permite, llamaré a este efecto “paradoja publicitaria”.
El verdadero problema me parece que está en esa preocupación de la que hablaba. ¿Se preocupan por nuestra salud? Supongo que la cuestión va más allá del mero físico. Hace unos años eran otros los fenómenos los que movían las actividades de los jóvenes. Ahora beber se ha puesto de moda. Pero, ¿dónde está ese giro? ¿Por qué se ha producido?
Las raíces de este cambio sucumben con las relaciones interpersonales. Éstas se han visto afectadas por factores como las nuevas tecnologías (Play Station, ordenador, televisión), el individualismo, que aparta al hombre de la sociedad y lo encierra en sí mismo; el materialismo y consumismo exacerbados…Corrientes que pretenden el bienestar, sí, pero de cada uno: que yo compre beneficia al vendedor, y al fabricante que aquél venda sus productos…pero es una cadena donde no se busca en el otro más que la satisfacción de las propias necesidades. Yo mi me conmigo, ésta es la filosofía del siglo XXI. Los jóvenes ya no quedan para comer pipas, porque se aburren. Con los padres uno ya no habla, porque hay series de televisión más interesantes. A uno no le importa que el del al lado yazca muerto mientras él siga vivito y coleando. Y entre todo esto están las relaciones personales. Pero los jóvenes ya no se relacionan como antes, no porque no quieran, sino porque no saben. Han aprendido a cuidarse y a sobrevivir por sus propios medios, solos, apartados del resto, no física pero sí psicológicamente. Y ante este problema llegan los sábados, y el alcohol cura ese aislamiento colocándonos en el puntillo donde uno pierde la vergüenza. En ese estado que es un yo inconsciente. Así uno cree tener amigos con quienes poder hablar. Amistades que se esfuman con la resaca del domingo, porque nunca existieron.
Y entretanto a los políticos ¿realmente les importa sólo nuestra salud? ¿No les preocupa más bien el futuro próximo? El futuro está en los jóvenes, en muchachos que se encierran a jugar con la videoconsola, que se anidan solos en la biblioteca y no salen a comer golosinas porque tendrán que compartirlas siempre con el compañero que no tiene un céntimo, en definitiva con jóvenes que se emborrachan. Tanta publicidad “anti” no sirve tanto para erradicar como para publicitar el hecho. El problema no está en el hecho mismo de beber, que en sí mismo no perjudica más que a la salud. La cuestión tiene mucho más fondo que el hecho de reunirse para tomar unas cuantas copas. El verdadero problema está en los ideales que la juventud no tiene, no porque no los quiera, sino porque los encargados de la educación tienen poco afán por enseñárselos. Eso es lo que debería haber, menos gasto en evitar fenómenos particulares y más empeño por mejorar los aspectos generales de la vida humana, sobre todo si se trata de invertir en el bienestar futuro, que somos nosotros, los jóvenes.
Etiquetas:
Botellón,
compartir,
consumismo,
costumbres,
ideales,
materialismo,
paradoja publicitaria,
Paula Zubiaur,
relaciones
3 de noviembre de 2006
Una cuestión personal por Beatriz Martínez
Desde hace un par de años, la cuestión de si es lícito o no el botellón se ha convertido en un tema de continuo debate. El hecho es que después de haber sido prohibido en muchas ciudades de España, cada fin de semana se sigue repitiendo la misma estampa. Sobre las once de la noche algunos parques y calles se llenan de jóvenes con botellas y ganas de divertirse, el mobiliario urbano se convierte en una barra improvisada y las conversaciones, guitarras y gritos de algunos se suceden hasta altas horas de la madrugada. El coste final es el de algunos chicos con coma etílico, muchas borracheras, suciedad y gran parte del vecindario indignado por la nueva forma de divertirse de la juventud.
Aunque se han tomado muchas medidas legales en contra del botellón y la mayor parte de la población está en contra, los jóvenes fieles a su condición natural siguen haciendo lo que quieren: reivindicando cada fin de semana qué es lo que les gusta hacer a pesar de los problemas que suscita estar al margen del sistema y tener en contra a casi toda la sociedad no- joven, por cierto, muy numerosa en España.
La “cultura del botellón” se ha impuesto sobre otras formas de ocio. Los ciudadanos se quejan, los bares nocturnos se arrancan los ojos cada vez que unos jóvenes beben frente a su establecimiento, los ayuntamientos prohíben estos eventos. Pero nadie se pregunta por qué. Por qué se ha impuesto esta forma de divertirse sobre otras, por qué el botellón genera tantos problemas si en realidad ni si quiera es algo violento o peligroso, por qué los jóvenes beben en lugar de hacer otras cosas, por qué ensucian…Se imponen medidas pero no se buscan soluciones. Se intenta erradicar el botellón, cortándole únicamente las puntas, si lo que preocupa es el nuevo modo de diversión de la juventud, la solución de prohibir el botellón no vale.
No considero que hacer botellón sea la manifestación de una libertad excepcional, ni que los jóvenes encuentren en tales eventos la posibilidad de ejecutar una libertad coartada en otros ámbitos. Simplemente es una opción entre varias para pasar una noche de fin de semana; que para algunos sea la única posibilidad, como se alega cuando intentan erradicar este movimiento, es otro problema. Un problema que va más allá de beber o no beber, de que exista el botellón o no, sino que se enraíza en lo más profundo del individuo, en sus motivaciones y expectativas vitales. Tiene que ver con el vacío existencial de quién lo padece, muy común en esta época y no con que se participe en un botellón, se beba en una casa o en una discoteca. Ese desatino afecta a muchos hijos de nuestro tiempo, jóvenes y mayores. Y se puede manifestar de muchas maneras. Es tan preocupante la situación de un joven que baraja cómo única opción acudir a un botellón como la de personas que pasan su fin de semana en un centro comercial, realizando compras, la mayoría innecesarias y en ocasiones hasta compulsivas. La función que estas personas otorgan al ocio es la misma: Gastar el tiempo en algo, da igual en qué. Si es posible, que no implique pensar demasiado y sea lo más placentero posible.
Si lo consideramos desde ese punto de vista nos daremos cuenta de que la cuestión de fondo de ese tipo de afirmaciones no radica en que exista el botellón o no, sino en que pueda llegar a forjarse entre los jóvenes una conciencia de ocio productivo. Siendo así, no creo tampoco que ir a un botellón un viernes o sábado sea necesariamente sinónimo de ocio improductivo. Los jóvenes también utilizan ese tiempo para ver a los amigos que en los días de semana no pueden ver, para hablar de cosas interesantes con conocidos o incluso con desconocidos que pueden ofrecer una nueva visión sobre un tema. Un botellón permite lo que una discoteca imposibilita: hablar. Ocupar tu tiempo de ocio en algo que no es exclusivamente beber, fumar y bailar. Te permite conversar.
Entiendo que para alguien que nunca haya estado en uno parezca algo absurdo que sólo genera basura y ruido. Pero no todos los jóvenes se comportan igual, hay mucha gente que recoge sus restos. Otros en cambio los dejan indiscriminadamente en el suelo. Pero me parece hipócrita que en ciudades como Madrid se pueda responsabilizar a los jóvenes de esto, mientras la mujer que se ha quejado de la suciedad que genera un botellón, esa misma mañana permite a su hijo que arroje el cartón de una revista en mitad de la calle. Está claro su hijo será uno de esos que el día de mañana dejarán las botellas en mitad del parque.
Ésta, en mi opinión, es uno de los mayores errores que se cometen a la hora de considerar la cuestión botellón. Cuando se toma a los jóvenes como colectivo y no como individuos. No todos somos iguales, no todos salimos con las mismas intenciones, no todos cuando salimos buscamos las mismas cosas, no todos dejamos basura, no vamos al botellón a gritar, vamos a hablar. No todo es malo en el botellón; si lo que preocupa son esos comportamientos huecos de los jóvenes, su automatismo, su escepticismo, hasta que las medidas no vayan orientadas hacia esa dimensión el botellón, o por lo menos lo que la gente asocia con el botellón, no acabará, al menos de momento.
En lo que a mí respecta como se puede deducir de lo dicho, me gustan los botellones y no me parecen tan nocivos como los pintan. Para mí supone una forma de compartir mi tiempo y conversar con otras personas mientras tomo algo con poco gasto. En un entorno más sano que una discoteca. El escaso gasto que me supone me permite hacer otras cosas con el dinero que me podría gastar en salir por bares o discotecas. Mi experiencia me dice que los que gritan, gritan estando en un botellón o trasladándose de un bar a otro. Son los llamados “notas” que siempre van dándola por ahí. El ruido que genera un botellón podría ser equiparable al que se existe en un calle repleto de pubs. Pero el botellón no compensa por que sólo los chinos de turno sacan algo de beneficio económico. Con este ensayo sólo pretendía defender un poco a un evento que tantos buenos momentos me ha dado, con mis amigos, con gente que acabo de conocer, con música en directo, viva …Y que en cambio tantas críticas, a mi parecen poco perspicaces, se le realizan.
Aunque se han tomado muchas medidas legales en contra del botellón y la mayor parte de la población está en contra, los jóvenes fieles a su condición natural siguen haciendo lo que quieren: reivindicando cada fin de semana qué es lo que les gusta hacer a pesar de los problemas que suscita estar al margen del sistema y tener en contra a casi toda la sociedad no- joven, por cierto, muy numerosa en España.
La “cultura del botellón” se ha impuesto sobre otras formas de ocio. Los ciudadanos se quejan, los bares nocturnos se arrancan los ojos cada vez que unos jóvenes beben frente a su establecimiento, los ayuntamientos prohíben estos eventos. Pero nadie se pregunta por qué. Por qué se ha impuesto esta forma de divertirse sobre otras, por qué el botellón genera tantos problemas si en realidad ni si quiera es algo violento o peligroso, por qué los jóvenes beben en lugar de hacer otras cosas, por qué ensucian…Se imponen medidas pero no se buscan soluciones. Se intenta erradicar el botellón, cortándole únicamente las puntas, si lo que preocupa es el nuevo modo de diversión de la juventud, la solución de prohibir el botellón no vale.
No considero que hacer botellón sea la manifestación de una libertad excepcional, ni que los jóvenes encuentren en tales eventos la posibilidad de ejecutar una libertad coartada en otros ámbitos. Simplemente es una opción entre varias para pasar una noche de fin de semana; que para algunos sea la única posibilidad, como se alega cuando intentan erradicar este movimiento, es otro problema. Un problema que va más allá de beber o no beber, de que exista el botellón o no, sino que se enraíza en lo más profundo del individuo, en sus motivaciones y expectativas vitales. Tiene que ver con el vacío existencial de quién lo padece, muy común en esta época y no con que se participe en un botellón, se beba en una casa o en una discoteca. Ese desatino afecta a muchos hijos de nuestro tiempo, jóvenes y mayores. Y se puede manifestar de muchas maneras. Es tan preocupante la situación de un joven que baraja cómo única opción acudir a un botellón como la de personas que pasan su fin de semana en un centro comercial, realizando compras, la mayoría innecesarias y en ocasiones hasta compulsivas. La función que estas personas otorgan al ocio es la misma: Gastar el tiempo en algo, da igual en qué. Si es posible, que no implique pensar demasiado y sea lo más placentero posible.
Si lo consideramos desde ese punto de vista nos daremos cuenta de que la cuestión de fondo de ese tipo de afirmaciones no radica en que exista el botellón o no, sino en que pueda llegar a forjarse entre los jóvenes una conciencia de ocio productivo. Siendo así, no creo tampoco que ir a un botellón un viernes o sábado sea necesariamente sinónimo de ocio improductivo. Los jóvenes también utilizan ese tiempo para ver a los amigos que en los días de semana no pueden ver, para hablar de cosas interesantes con conocidos o incluso con desconocidos que pueden ofrecer una nueva visión sobre un tema. Un botellón permite lo que una discoteca imposibilita: hablar. Ocupar tu tiempo de ocio en algo que no es exclusivamente beber, fumar y bailar. Te permite conversar.
Entiendo que para alguien que nunca haya estado en uno parezca algo absurdo que sólo genera basura y ruido. Pero no todos los jóvenes se comportan igual, hay mucha gente que recoge sus restos. Otros en cambio los dejan indiscriminadamente en el suelo. Pero me parece hipócrita que en ciudades como Madrid se pueda responsabilizar a los jóvenes de esto, mientras la mujer que se ha quejado de la suciedad que genera un botellón, esa misma mañana permite a su hijo que arroje el cartón de una revista en mitad de la calle. Está claro su hijo será uno de esos que el día de mañana dejarán las botellas en mitad del parque.
Ésta, en mi opinión, es uno de los mayores errores que se cometen a la hora de considerar la cuestión botellón. Cuando se toma a los jóvenes como colectivo y no como individuos. No todos somos iguales, no todos salimos con las mismas intenciones, no todos cuando salimos buscamos las mismas cosas, no todos dejamos basura, no vamos al botellón a gritar, vamos a hablar. No todo es malo en el botellón; si lo que preocupa son esos comportamientos huecos de los jóvenes, su automatismo, su escepticismo, hasta que las medidas no vayan orientadas hacia esa dimensión el botellón, o por lo menos lo que la gente asocia con el botellón, no acabará, al menos de momento.
En lo que a mí respecta como se puede deducir de lo dicho, me gustan los botellones y no me parecen tan nocivos como los pintan. Para mí supone una forma de compartir mi tiempo y conversar con otras personas mientras tomo algo con poco gasto. En un entorno más sano que una discoteca. El escaso gasto que me supone me permite hacer otras cosas con el dinero que me podría gastar en salir por bares o discotecas. Mi experiencia me dice que los que gritan, gritan estando en un botellón o trasladándose de un bar a otro. Son los llamados “notas” que siempre van dándola por ahí. El ruido que genera un botellón podría ser equiparable al que se existe en un calle repleto de pubs. Pero el botellón no compensa por que sólo los chinos de turno sacan algo de beneficio económico. Con este ensayo sólo pretendía defender un poco a un evento que tantos buenos momentos me ha dado, con mis amigos, con gente que acabo de conocer, con música en directo, viva …Y que en cambio tantas críticas, a mi parecen poco perspicaces, se le realizan.
Etiquetas:
amistad,
Beatriz Martínez,
Botellón,
colectivo,
conversar,
libertad,
motivaciones,
problema,
prohibición,
vacío existencial
Sueños en lo etílico por Borja Valcarce
La libertad se puede definir de diversas maneras. En nuestra sociedad la que se puede escuchar en boca de todos es la que reza lo siguiente: “es hacer lo que uno quiere cuando quiere”, y a veces alguien añade: “por supuesto respetando la de los demás como límite de la nuestra”. Ciertamente, la gente que añade esta coletilla tiene más cabeza que aquellos que solo piensan en satisfacer sus necesidades más bajas y apremiantes.
Como se podrá observar, este concepto de libertad puede ser fácilmente aplicable a cualquier acción que se quiera realizar. No hace falta otra idea. Si yo quiero emborracharme… me emborracho. Si quiero perder el dominio de mis facultades por tiempo indefinido no habrá quien me lo prohíba. “Solo faltaba que viniese algún ser de la prehistoria a decirme cómo perder mi tiempo y cuál es la mejor forma de vivir mi vida”.
A grandes rasgos esa es la actitud que se puede observar en la mayoría de los jóvenes aletargados y congelados por una sociedad que es incapaz de despertar de la apatía en la que ella misma se ha sumido. Puede ser este un buen momento para que nos preguntemos no por el porqué del hecho del botellón, sino por sus causas. Espero que esté claro que el botellón es algo que no puede cambiarse. Casi se podría decir que se está convirtiendo en parte de la cultura española. Incluso los extranjeros realizan viajes relámpago para vivir durante una noche el fenómeno del botellón.
Ahora bien, antes los jóvenes se movilizaban por cuestiones políticas. En cualquier sociedad occidental la gente se manifestaba y luchaba contra lo que en esa época se creía que era injusticia. Solo hay que recordar el movimiento hippy o a los universitarios protestando contra el régimen de Franco, entre otros. Hoy en día la realidad es bien distinta… ya no se lucha por ninguna idea de justicia, ya no se desean cambiar las cosas porque, y la realidad es la misma en el subconsciente común, cuando los jóvenes abre los ojos por la mañana y se dan cuenta de lo bien que viven desean tener algún día el mismo bienestar. Y si nos encontramos con personas desfavorecidas veremos que la actitud se centra en conseguir aquello que nunca han tenido, pero que ven en los demás.
El deseo de acomodarse tranquilamente en una sociedad política que no pide nada más que la ciega obediencia de sus ciudadanos se convierte casi en un instinto que obnubila la mente de cualquier ser racional. El botellón se convierte en el problema a tratar porque es la protesta de unos jóvenes que no saben que encrucijada tomar en sus vidas. Son niños que no tienen ideales por los que luchar, con los que descargarse de toda esa fuerza juvenil que les pide a gritos cambiar el mundo.
Pero la deprimente realidad es que sus mentes, abotargadas por la sociedad de lo “políticamente correcto” y el conformismo existencial, no les exige nada, es más… no les da una razón por la que luchar… Y todo el mundo sabe que cuando una persona tiene tiempo que no sabe con qué actividad ocupar puede hacer tres cosas: perderlo, hacer un botellón y perderse en las tinieblas del sopor etílico o… filosofar.
Como se podrá observar, este concepto de libertad puede ser fácilmente aplicable a cualquier acción que se quiera realizar. No hace falta otra idea. Si yo quiero emborracharme… me emborracho. Si quiero perder el dominio de mis facultades por tiempo indefinido no habrá quien me lo prohíba. “Solo faltaba que viniese algún ser de la prehistoria a decirme cómo perder mi tiempo y cuál es la mejor forma de vivir mi vida”.
A grandes rasgos esa es la actitud que se puede observar en la mayoría de los jóvenes aletargados y congelados por una sociedad que es incapaz de despertar de la apatía en la que ella misma se ha sumido. Puede ser este un buen momento para que nos preguntemos no por el porqué del hecho del botellón, sino por sus causas. Espero que esté claro que el botellón es algo que no puede cambiarse. Casi se podría decir que se está convirtiendo en parte de la cultura española. Incluso los extranjeros realizan viajes relámpago para vivir durante una noche el fenómeno del botellón.
Ahora bien, antes los jóvenes se movilizaban por cuestiones políticas. En cualquier sociedad occidental la gente se manifestaba y luchaba contra lo que en esa época se creía que era injusticia. Solo hay que recordar el movimiento hippy o a los universitarios protestando contra el régimen de Franco, entre otros. Hoy en día la realidad es bien distinta… ya no se lucha por ninguna idea de justicia, ya no se desean cambiar las cosas porque, y la realidad es la misma en el subconsciente común, cuando los jóvenes abre los ojos por la mañana y se dan cuenta de lo bien que viven desean tener algún día el mismo bienestar. Y si nos encontramos con personas desfavorecidas veremos que la actitud se centra en conseguir aquello que nunca han tenido, pero que ven en los demás.
El deseo de acomodarse tranquilamente en una sociedad política que no pide nada más que la ciega obediencia de sus ciudadanos se convierte casi en un instinto que obnubila la mente de cualquier ser racional. El botellón se convierte en el problema a tratar porque es la protesta de unos jóvenes que no saben que encrucijada tomar en sus vidas. Son niños que no tienen ideales por los que luchar, con los que descargarse de toda esa fuerza juvenil que les pide a gritos cambiar el mundo.
Pero la deprimente realidad es que sus mentes, abotargadas por la sociedad de lo “políticamente correcto” y el conformismo existencial, no les exige nada, es más… no les da una razón por la que luchar… Y todo el mundo sabe que cuando una persona tiene tiempo que no sabe con qué actividad ocupar puede hacer tres cosas: perderlo, hacer un botellón y perderse en las tinieblas del sopor etílico o… filosofar.
Etiquetas:
Borja Valcarce,
Botellón,
conformismo,
ideales,
libertad
Suscribirse a:
Entradas (Atom)