3 de noviembre de 2006

Sueños en lo etílico por Borja Valcarce

La libertad se puede definir de diversas maneras. En nuestra sociedad la que se puede escuchar en boca de todos es la que reza lo siguiente: “es hacer lo que uno quiere cuando quiere”, y a veces alguien añade: “por supuesto respetando la de los demás como límite de la nuestra”. Ciertamente, la gente que añade esta coletilla tiene más cabeza que aquellos que solo piensan en satisfacer sus necesidades más bajas y apremiantes.

Como se podrá observar, este concepto de libertad puede ser fácilmente aplicable a cualquier acción que se quiera realizar. No hace falta otra idea. Si yo quiero emborracharme… me emborracho. Si quiero perder el dominio de mis facultades por tiempo indefinido no habrá quien me lo prohíba. “Solo faltaba que viniese algún ser de la prehistoria a decirme cómo perder mi tiempo y cuál es la mejor forma de vivir mi vida”.

A grandes rasgos esa es la actitud que se puede observar en la mayoría de los jóvenes aletargados y congelados por una sociedad que es incapaz de despertar de la apatía en la que ella misma se ha sumido. Puede ser este un buen momento para que nos preguntemos no por el porqué del hecho del botellón, sino por sus causas. Espero que esté claro que el botellón es algo que no puede cambiarse. Casi se podría decir que se está convirtiendo en parte de la cultura española. Incluso los extranjeros realizan viajes relámpago para vivir durante una noche el fenómeno del botellón.

Ahora bien, antes los jóvenes se movilizaban por cuestiones políticas. En cualquier sociedad occidental la gente se manifestaba y luchaba contra lo que en esa época se creía que era injusticia. Solo hay que recordar el movimiento hippy o a los universitarios protestando contra el régimen de Franco, entre otros. Hoy en día la realidad es bien distinta… ya no se lucha por ninguna idea de justicia, ya no se desean cambiar las cosas porque, y la realidad es la misma en el subconsciente común, cuando los jóvenes abre los ojos por la mañana y se dan cuenta de lo bien que viven desean tener algún día el mismo bienestar. Y si nos encontramos con personas desfavorecidas veremos que la actitud se centra en conseguir aquello que nunca han tenido, pero que ven en los demás.

El deseo de acomodarse tranquilamente en una sociedad política que no pide nada más que la ciega obediencia de sus ciudadanos se convierte casi en un instinto que obnubila la mente de cualquier ser racional. El botellón se convierte en el problema a tratar porque es la protesta de unos jóvenes que no saben que encrucijada tomar en sus vidas. Son niños que no tienen ideales por los que luchar, con los que descargarse de toda esa fuerza juvenil que les pide a gritos cambiar el mundo.

Pero la deprimente realidad es que sus mentes, abotargadas por la sociedad de lo “políticamente correcto” y el conformismo existencial, no les exige nada, es más… no les da una razón por la que luchar… Y todo el mundo sabe que cuando una persona tiene tiempo que no sabe con qué actividad ocupar puede hacer tres cosas: perderlo, hacer un botellón y perderse en las tinieblas del sopor etílico o… filosofar.

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