27 de noviembre de 2006

La paradoja del individualismo tecno-económico por Borja Valcarce

La tecnología ha sido un dulce manto que ha caído silenciosamente sobre el ser humano desde que éste adquirió la capacidad de razonar, elegir e imaginar. En los dos últimos siglos, con las revoluciones industriales, hemos asistido atónitos a un desarrollo brutal de la tecnología y las ciencias. Evidentemente, el grado de bienestar y el nivel de vida han crecido a la vera de este progreso tecnológico, al menos en aquellos países llamados “desarrollados”. Pero… ¿A qué precio?

Las teorías del contrato social desarrolladas, en un principio por Hobbes, Locke y Rousseau, han propiciado la aparición de sus homólogas contrarias que, al no estar centradas en la noción de “ley”, establecida por el Estado, y “deber”, no agrupan a las personas bajo el bienestar de la comunidad; sino que la sociedad queda conformada por los seres individuales con intereses comunes. Por ello, el poder asociativo de la comunidad se limita a cuestiones puntuales, lo que, equivocada y vulgarmente, ha sido llamado “pragmatismo”.

Asimismo, la caída de los totalitarismos durante el siglo XX y el auge de las democracias liberales han provocado la aparición de una nueva comunidad social y política centrada en su propio desarrollo autónomo y la búsqueda del mayor bienestar posible. Además, la aplicación de la segunda forma del imperativo categórico, el hombre no debe ser nunca usado como medio sino como fin en sí mismo, provoca que no se pueda actuar sin el consentimiento de la persona y, por lo tanto, el individuo se convierte en único dueño de sus actos y la sociedad queda como mera observadora, sin ninguna capacidad de juicio por no ser el sujeto activo.

Por último, un “desánimo antropológico” parece haber calado en las gentes de todas partes, que ven con desconfianza cualquier cambio radical que se pueda dar en la cultura y la sociedad. El miedo a una nueva Guerra Mundial, desplomes económicos o la pérdida de su supuesta libertad y bienestar, obligan a toda una generación a mostrarse conformista con su tiempo y, por ende, a consolidar ese pensamiento dentro de la educación de sus sucesores.

Todo el panorama teórico que ha sido descrito ayuda a comprender los derroteros que está tomando la sociedad del siglo XXI, pero no explican bien qué es lo que realmente está sucediendo en cada país, casa, hogar, familia y conciencias individuales. Con ello, solo hace falta ver el desarrollo que está teniendo internet: con el nos comunicamos mediante chats en los que la personalidad del otro al que nos dirigimos nos queda velada, incluyendo sus gestos corporales; podemos comprar de todo, siempre y cuando tengamos una cuenta y tarjeta bancaria; podemos jugar a videojuegos, leer libros, informarnos, aprender, viajar… Todo lo que se puede hacer, puede hacerse desde la red. Así, el ser humano pasará a ser considerado como “homo virtualis”, ya que todo su existir podrá ser contemplado desde la pantalla de una máquina.

Esto nos lleva irremediablemente a desaparecer como seres sociales, si se considera por ser social el hecho de poder tocar a la persona con la que se está compartiendo algo en un determinado momento. Es probable que la sociedad no desaparezca, porque la necesidad que el ser humano tiene de comunicarse con sus semejantes es natural a su condición de persona, es decir, no es algo cultural y extrínseco a él mismo. Pero las relaciones personales, ya de por sí formalizadas por el liberalismo, tal y como sostiene Buchanam, se despersonalizarán cada vez más, y llegará un momento en el que las necesidades sean resueltas por inteligencias artificiales debidamente programadas…

Los hombres y mujeres se convertirán en agentes económicos destinados a satisfacer las necesidades de otros seres en su misma situación y con él mismo papel dentro de la “sociedad”, si aún pudiese llamarse de esa manera. La comunicación se convertirá en algo puramente apresencial, como ya sucede gracias a internet y los teléfonos. Y sin embargo, se dará la gran paradoja de que, debido al individualismo supuestamente reinante, el ser humano se convertirá, si cabe, en un ser mucho más social, ya que necesitara los recursos que los demás agentes produzcan para él.

A mí entender, el individualismo tecnológico, que es el que trato aquí por la visión hasta ahora descrita de la sociedad, conlleva, entre otras cosas, el desarrollo de la comunicación impersonal y la potenciación de las pequeñas economías gestionadas por individuos parcialmente independientes. Y digo parcialmente, porque la sociedad siempre será necesaria para la supervivencia y desarrollo de la especie… es un existir inevitable.

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