Generalmente reconocemos a las personas por su apariencia física ya que es la primera que apreciamos, sin embargo, el hombre es mucho más que eso, de hecho, si nos preguntaran quién es alguien, más que a su cuerpo nos referiríamos a su personalidad. Por eso mismo tenemos problemas con el trato a gente en estado vegetal, no sabemos qué son, si siguen siendo ellos o si no son más que una cáscara vacía.
Es curioso cómo ni siquiera sabemos qué o quiénes somos, no sabemos cómo hemos llegado a ser la persona que somos. Es indiscutible el hecho de que todas nuestras experiencias nos afectan de forma que terminamos siendo como somos. El hecho es que estas experiencias hacen que tengamos una ideología general de la que nos es imposible escapar, la cultura.
La cultura cambia según lugares y personas, en distintos países existen distintas formas de pensar y de interpretar el mundo, pero todos somos humanos y eso hace que dentro de nuestras diferencias se hallen infinidad de semejanzas. Por ejemplo surgen similitudes extraordinarias en las etapas de desarrollo de los imperios. Los imperios tienen un primer momento de ampliación territorial. Más adelante, cuando este momento cesa, es cuando el imperio empieza a vivir, se fraguan las instituciones y las ideologías y generalmente (por no decir siempre) se agrupa a la población alrededor de una religión con sus normas y ceremonias. Existe una gran intransigencia hacia aquellos que romper las reglas de juego. Por último existe un tercer momento de decaimiento y degeneración en el que las personas ya han alcanzado un cierto bienestar y sólo se dedican a disfrutar. Es en este último momento en el que vivimos, en su principio por lo menos.
Hoy en día la diversión de los jóvenes es emborracharse e irse de marcha, y en un país como este en el que, al fin y al cabo la mayoría de las personas son bastante más vagas que en otros y estamos bastante más dados a la fiesta, no está demasiado mal visto. Últimamente lo que está de moda es el botellón. Esto se puede mirar de dos formas, como un grupo de amigos que se juntan para estar y hablar y que de paso, se toman un par de copas, o como un grupo de jóvenes degenerados, vagos y delincuentes que se juntan para emborracharse, ensuciar y destruir todo lo que encuentran a su paso. Yo abogo por un término medio, es cierto que los jóvenes no siempre recogen lo que usan y aunque, de vez en cuando, hay algún exaltado que hace destrozos por la ciudad, la mayoría se comporta, más o menos.
En el fondo se trata del debate libertad-seguridad, el hecho de que sea visto así muestra que vivimos en aquél tercer momento del que hablaba, pues no se trata realmente de decidir ente libertad o seguridad, sino más bien entre seguridad y libre albedrío. En última instancia se trata de descubrir cómo se es más libre. En este mundo en el que vivimos los significados de las palabras han sido alterados de forma inimaginable, e igual que la verdad ha sido sustituida por la certeza, la libertad ha sido suplantada por el libre albedrío. Así, hemos llegado a la anarquía ideológica en la que se cree que las normas, todas las normas, coartan la libertad (por eso está mal visto decir que no todas las opiniones son igual de respetables), cuando el hombre sólo puede ser realmente libre si se rige por ellas. Entiéndase bien, las normas pueden coartar la libertad, pero sólo las malas leyes. El hombre no sería más libre por no vivir según leyes, vivir en la naturaleza como los animales, de hecho, si así fuera, el ser humano dejaría de ser persona, animal racional, para convertirse en sólo animal.
A las personas nos gusta tener control, conocer las leyes de comportamiento de personas y objetos, nos gusta vivir seguros, pero llega un momento en el que la vida se da por garantizada y entonces se descuida. Vivimos en un mundo en el que no nos preocupamos por nuestras necesidades básicas porque las damos por supuestas, lo mismo ocurre con la seguridad, por eso hay personas que quieren vivir aventuras, salir de la rutina porque es algo que creen que tienen garantizado, por eso no nos damos cuenta de la importancia de las cosas hasta que las perdemos. En este ensayo no pretendo juzgar si debemos vivir todos de la forma más casta renunciando a toda comodidad o si simplemente debemos dejarnos llevar, sólo presento los hechos. Lo único que pretendo es lanzar un aviso de que no se tomen decisiones a la ligera, ya que cada pequeña decisión nos lleva a vivir una experiencia que nos forma, tanto a nosotros, como al resto de gente de este planeta, creando y destruyendo culturas, creando y destruyendo vidas.
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