En el pasado agosto, las vacaciones en el Pirineo de Huesca con sus majestuosas cumbres, las verdes y empinadas laderas, los valles de origen glaciar con neveros e ibones, trajeron a mi memoria aquella formidable escena que relata Saint-Exupery en Tierra de hombres de su amigo piloto accidentado en medio de los Andes. Merece la pena recordarla para advertir el contraste entre la precariedad del amor y de la amistad en nuestra sociedad y la fuerza efectiva de estos vínculos afectivos.
Se trataba del avión postal que llevaba el correo desde Santiago de Chile a Mendoza. Al cruzar los Andes, un terrible temporal derriba al pequeño avión sobre las montañas. Una vez liberado de la cabina destrozada, el piloto ileso comienza a caminar en la dirección en que, piensa, puede encontrar antes socorro. Pero los Andes son inmensos y las fuerzas físicas y los alimentos muy limitados. «En la nieve —contaba el piloto— se pierde todo instinto de conservación. Después de dos, tres, cuatro días de marcha, uno sólo quiere dormir. Era lo que yo deseaba. Pero me decía a mí mismo: si mi mujer cree que estoy vivo, sabe que camino. Mis camaradas saben que camino. Todos ellos confían en mí y soy un cerdo si no camino.»
El amor a su mujer y la lealtad a sus amigos le mantienen en pie y, cuando está ya a punto de abandonarse agotado sobre la nieve, el recuerdo de que hace falta recuperar el cadáver para que su mujer pueda cobrar su seguro de vida le da nuevas fuerzas para seguir adelante. "En caso de desaparición —explica Saint-Exupery— se tarda cuatro años en declarar la muerte legal. Este detalle te hizo reaccionar, borró las otras imágenes. Tú estabas boca abajo en una pronunciada pendiente de nieve. Al llegar el verano, tu cuerpo rodaría con el barro hasta una de las mil grietas de los Andes. Lo sabías. Pero también sabías que una roca se alzaba delante de ti, a cincuenta metros: «Pensé: si me pongo de pie, tal vez podré llegar hasta ella. Y si me quedo en la piedra, al llegar el verano lo encontrarán.» Una vez en pie, anduviste durante dos noches y tres días hasta que te encontraron". La historia pone la piel de gallina: nos emociona comprobar que el amor a su esposa le salvó a Guillaumet literalmente la vida.
Una historia como ésta permite entender bien que la calidad de una vida —parafraseando a Saint-Exupery— está en función de la calidad de los vínculos afectivos libremente elegidos. Son el amor y la amistad los que nos salvan a todos
Mi buen amigo, el filósofo venezolano Rafael Tomás Caldera, llamó mi atención sobre las sugestivas palabras de Joan Manuel Serrat al recibir el pasado mes de mayo el doctorado honoris causa en
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