Desde hace un par de años, la cuestión de si es lícito o no el botellón se ha convertido en un tema de continuo debate. El hecho es que después de haber sido prohibido en muchas ciudades de España, cada fin de semana se sigue repitiendo la misma estampa. Sobre las once de la noche algunos parques y calles se llenan de jóvenes con botellas y ganas de divertirse, el mobiliario urbano se convierte en una barra improvisada y las conversaciones, guitarras y gritos de algunos se suceden hasta altas horas de la madrugada. El coste final es el de algunos chicos con coma etílico, muchas borracheras, suciedad y gran parte del vecindario indignado por la nueva forma de divertirse de la juventud.
Aunque se han tomado muchas medidas legales en contra del botellón y la mayor parte de la población está en contra, los jóvenes fieles a su condición natural siguen haciendo lo que quieren: reivindicando cada fin de semana qué es lo que les gusta hacer a pesar de los problemas que suscita estar al margen del sistema y tener en contra a casi toda la sociedad no- joven, por cierto, muy numerosa en España.
La “cultura del botellón” se ha impuesto sobre otras formas de ocio. Los ciudadanos se quejan, los bares nocturnos se arrancan los ojos cada vez que unos jóvenes beben frente a su establecimiento, los ayuntamientos prohíben estos eventos. Pero nadie se pregunta por qué. Por qué se ha impuesto esta forma de divertirse sobre otras, por qué el botellón genera tantos problemas si en realidad ni si quiera es algo violento o peligroso, por qué los jóvenes beben en lugar de hacer otras cosas, por qué ensucian…Se imponen medidas pero no se buscan soluciones. Se intenta erradicar el botellón, cortándole únicamente las puntas, si lo que preocupa es el nuevo modo de diversión de la juventud, la solución de prohibir el botellón no vale.
No considero que hacer botellón sea la manifestación de una libertad excepcional, ni que los jóvenes encuentren en tales eventos la posibilidad de ejecutar una libertad coartada en otros ámbitos. Simplemente es una opción entre varias para pasar una noche de fin de semana; que para algunos sea la única posibilidad, como se alega cuando intentan erradicar este movimiento, es otro problema. Un problema que va más allá de beber o no beber, de que exista el botellón o no, sino que se enraíza en lo más profundo del individuo, en sus motivaciones y expectativas vitales. Tiene que ver con el vacío existencial de quién lo padece, muy común en esta época y no con que se participe en un botellón, se beba en una casa o en una discoteca. Ese desatino afecta a muchos hijos de nuestro tiempo, jóvenes y mayores. Y se puede manifestar de muchas maneras. Es tan preocupante la situación de un joven que baraja cómo única opción acudir a un botellón como la de personas que pasan su fin de semana en un centro comercial, realizando compras, la mayoría innecesarias y en ocasiones hasta compulsivas. La función que estas personas otorgan al ocio es la misma: Gastar el tiempo en algo, da igual en qué. Si es posible, que no implique pensar demasiado y sea lo más placentero posible.
Si lo consideramos desde ese punto de vista nos daremos cuenta de que la cuestión de fondo de ese tipo de afirmaciones no radica en que exista el botellón o no, sino en que pueda llegar a forjarse entre los jóvenes una conciencia de ocio productivo. Siendo así, no creo tampoco que ir a un botellón un viernes o sábado sea necesariamente sinónimo de ocio improductivo. Los jóvenes también utilizan ese tiempo para ver a los amigos que en los días de semana no pueden ver, para hablar de cosas interesantes con conocidos o incluso con desconocidos que pueden ofrecer una nueva visión sobre un tema. Un botellón permite lo que una discoteca imposibilita: hablar. Ocupar tu tiempo de ocio en algo que no es exclusivamente beber, fumar y bailar. Te permite conversar.
Entiendo que para alguien que nunca haya estado en uno parezca algo absurdo que sólo genera basura y ruido. Pero no todos los jóvenes se comportan igual, hay mucha gente que recoge sus restos. Otros en cambio los dejan indiscriminadamente en el suelo. Pero me parece hipócrita que en ciudades como Madrid se pueda responsabilizar a los jóvenes de esto, mientras la mujer que se ha quejado de la suciedad que genera un botellón, esa misma mañana permite a su hijo que arroje el cartón de una revista en mitad de la calle. Está claro su hijo será uno de esos que el día de mañana dejarán las botellas en mitad del parque.
Ésta, en mi opinión, es uno de los mayores errores que se cometen a la hora de considerar la cuestión botellón. Cuando se toma a los jóvenes como colectivo y no como individuos. No todos somos iguales, no todos salimos con las mismas intenciones, no todos cuando salimos buscamos las mismas cosas, no todos dejamos basura, no vamos al botellón a gritar, vamos a hablar. No todo es malo en el botellón; si lo que preocupa son esos comportamientos huecos de los jóvenes, su automatismo, su escepticismo, hasta que las medidas no vayan orientadas hacia esa dimensión el botellón, o por lo menos lo que la gente asocia con el botellón, no acabará, al menos de momento.
En lo que a mí respecta como se puede deducir de lo dicho, me gustan los botellones y no me parecen tan nocivos como los pintan. Para mí supone una forma de compartir mi tiempo y conversar con otras personas mientras tomo algo con poco gasto. En un entorno más sano que una discoteca. El escaso gasto que me supone me permite hacer otras cosas con el dinero que me podría gastar en salir por bares o discotecas. Mi experiencia me dice que los que gritan, gritan estando en un botellón o trasladándose de un bar a otro. Son los llamados “notas” que siempre van dándola por ahí. El ruido que genera un botellón podría ser equiparable al que se existe en un calle repleto de pubs. Pero el botellón no compensa por que sólo los chinos de turno sacan algo de beneficio económico. Con este ensayo sólo pretendía defender un poco a un evento que tantos buenos momentos me ha dado, con mis amigos, con gente que acabo de conocer, con música en directo, viva …Y que en cambio tantas críticas, a mi parecen poco perspicaces, se le realizan.
3 de noviembre de 2006
Una cuestión personal por Beatriz Martínez
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