4 de noviembre de 2006

La máscara del botellón por Paula Zubiaur

Desde que las elecciones del 2004 cambiaron la dirección de la política en España, ha habido una constante persecución para aniquilar ciertas costumbres que estaban ya arraigadas en la sociedad. Al parecer el Estado presume de preocuparse más por nuestra salud y califica como nocivos hábitos tales como fumar, beber, conducir temerariamente…costumbres que hasta entonces habían tenido un papel secundario en los planes políticos.

De entre los aspectos señalados quisiera centrarme en el tema del beber, y más concretamente en el del botellón. Esta actividad, que para los jóvenes es una forma más de reunirse y pasarlo bien, preocupa a los altos cargos de la sociedad. Y preocupa de verdad. De ahí que nos atiborren con publicidad en contra del alcohol en todos los medios: televisivo, prensa escrita, carteles publicitarios...que se mezclan con anuncios que promocionan bebidas alcohólicas en busca de beneficio. Si se me permite, llamaré a este efecto “paradoja publicitaria”.

El verdadero problema me parece que está en esa preocupación de la que hablaba. ¿Se preocupan por nuestra salud? Supongo que la cuestión va más allá del mero físico. Hace unos años eran otros los fenómenos los que movían las actividades de los jóvenes. Ahora beber se ha puesto de moda. Pero, ¿dónde está ese giro? ¿Por qué se ha producido?

Las raíces de este cambio sucumben con las relaciones interpersonales. Éstas se han visto afectadas por factores como las nuevas tecnologías (Play Station, ordenador, televisión), el individualismo, que aparta al hombre de la sociedad y lo encierra en sí mismo; el materialismo y consumismo exacerbados…Corrientes que pretenden el bienestar, sí, pero de cada uno: que yo compre beneficia al vendedor, y al fabricante que aquél venda sus productos…pero es una cadena donde no se busca en el otro más que la satisfacción de las propias necesidades. Yo mi me conmigo, ésta es la filosofía del siglo XXI. Los jóvenes ya no quedan para comer pipas, porque se aburren. Con los padres uno ya no habla, porque hay series de televisión más interesantes. A uno no le importa que el del al lado yazca muerto mientras él siga vivito y coleando. Y entre todo esto están las relaciones personales. Pero los jóvenes ya no se relacionan como antes, no porque no quieran, sino porque no saben. Han aprendido a cuidarse y a sobrevivir por sus propios medios, solos, apartados del resto, no física pero sí psicológicamente. Y ante este problema llegan los sábados, y el alcohol cura ese aislamiento colocándonos en el puntillo donde uno pierde la vergüenza. En ese estado que es un yo inconsciente. Así uno cree tener amigos con quienes poder hablar. Amistades que se esfuman con la resaca del domingo, porque nunca existieron.


Y entretanto a los políticos ¿realmente les importa sólo nuestra salud? ¿No les preocupa más bien el futuro próximo? El futuro está en los jóvenes, en muchachos que se encierran a jugar con la videoconsola, que se anidan solos en la biblioteca y no salen a comer golosinas porque tendrán que compartirlas siempre con el compañero que no tiene un céntimo, en definitiva con jóvenes que se emborrachan. Tanta publicidad “anti” no sirve tanto para erradicar como para publicitar el hecho. El problema no está en el hecho mismo de beber, que en sí mismo no perjudica más que a la salud. La cuestión tiene mucho más fondo que el hecho de reunirse para tomar unas cuantas copas. El verdadero problema está en los ideales que la juventud no tiene, no porque no los quiera, sino porque los encargados de la educación tienen poco afán por enseñárselos. Eso es lo que debería haber, menos gasto en evitar fenómenos particulares y más empeño por mejorar los aspectos generales de la vida humana, sobre todo si se trata de invertir en el bienestar futuro, que somos nosotros, los jóvenes.

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