7 de noviembre de 2006

Un reflejo de la sociedad: el botellón por Ignacio Salinas

El botellón es una de las prácticas más difundidas entre la juventud actual. Hay quienes lo defienden, otros en cambio se muestran muy críticos con él y con todo lo que tenga que ver con las formas de diversión de los jóvenes. Ante estos dos polos, debemos ser equilibrados, intentar buscar un término medio, ya que ambas posturas, en cuanto tales, son verdaderas. Sólo teniendo una posición abierta, sin prejuicios, aunque eso sí, con principios, se puede tratar la cuestión del botellón y de cómo se divierte la juventud de hoy en día. Las posiciones dogmáticas, que podríamos denominar de carácter etnocentrista, tanto de un lado como de otro son muy negativas, y no consiguen llegar a ningún punto de encuentro.

La cultura occidental, desde sus orígenes, se encuentra muy relacionada con lo que es el consumo de alcohol. Los países mediterráneos llevan produciendo vino prácticamente desde el comienzo de la actividad agraria. En este sentido, la ingerencia de alcohol ha sido siempre algo normal durante la comida. Cualquier reunión social se celebraba con el acompañamiento del alcohol. Esta tradición sigue manteniéndose, es más, sigue formando parte del carácter esencial de cualquier celebración. No obstante, hay quienes no tienen en cuenta esto, y se dedican a criticar el botellón como una forma absolutamente censurable de diversión. Pues bien, habría que decirles a estas personas que los jóvenes no hacen nada anormal, sino que se comportan según sus costumbres, aquellas que han visto y vivido en su entorno cultural. Lo que sí es cierto es que la juventud de hoy en día bebe demasiado y desde una edad demasiado temprana. Sin embargo, éste es un problema que de nuevo no se le puede achacar a los jóvenes, por lo menos exclusivamente, ya que es algo de lo que la sociedad es hasta cierto punto culpable. Los adultos, especialmente en España, beben mucho, sobre todo cuando se reúnen en celebraciones: comidas con amigos, bodas, comuniones… Los jóvenes actúan, todavía sin un criterio propio consolidado, dejándose llevar por lo que ven, especialmente y como es lógico, siguiendo el ejemplo de sus padres. De esta manera, beben, y en exceso, porque así creen que ya están más cerca de la ansiada madurez, etapa de la vida en la que uno puede hacer lo que le apetezca sin dar explicaciones a nadie, y en definitiva, es libre.

Efectivamente, lo que buscan los jóvenes emborrachándose es acercarse más a esa edad adulta, que tocan con las puntas de las manos. Aunque hay que señalar, como es evidente, que ésta no es la única causa que les lleva a beber. El mundo al que transporta el alcohol es demasiado seductor como para que no se busque como un fin en sí mismo. Las sensaciones, la apertura que sufren hasta las personas más tímidas… con una borrachera de sábado son inalcanzables con el simple poder de la razón. Así, cada fin de semana, los jóvenes se dirigen a beber a cualquier casa o plaza pública. Cada trago es una oda a las buenas experiencias, a la diversión sin límite que el alcohol nos proporciona. En un mundo en que la felicidad parece una utopía, toda la sociedad necesita su “dosis”, ya sea de alcohol, drogas, teledeporte las 24 horas etc. Cualquier cosa que nos evada de este mundo demasiado real nos vale. Necesitamos estar enganchados a la nada para poder seguir adelante. Ésa es la tristeza de nuestro tiempo, y no sólo se le debe achacar a la juventud. Es nuestra sociedad la que cada día fomenta el botellón, ofreciendo un mundo que vale menos la pena que una botella de “calimocho”.

De esta forma, el problema del botellón, concebido exclusivamente en su vertiente más dura, de mero instrumento para emborracharse, debe insertarse dentro de un contexto más amplio, global, para entenderse bien. La sociedad tiene que encontrar la respuesta a sus preguntas, el fin, y de esta manera, el camino por el que dirigirse. Como dice Max Scheler: “El hombre no sabe lo que es, pero sabe que no lo sabe. ¿Qué hacer para salir de ese impase?”. Esa es la cuestión que debe resolverse y que, al fin y al cabo, es la que nos está provocando demasiados problemas tanto a los jóvenes como a los adultos.

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