1. INTRODUCCIÓN
De casi todos los estudios lingüísticos resulta, de modo más o menos explícito, una identidad entre el lenguaje juvenil y lo vulgar. Otros análisis lo han determinado como un campo valioso exclusivamente en su creación léxica, o bien como un camino hacia la degradación de las lenguas. Sean cuales fueren las conclusiones, se han sucedido sin orden estudios centrados en aspectos concretos y aislados (lenguaje gestual, lenguaje de los ‘niños bien’, cuestiones sintácticas, y un sinfín de estudios más), olvidando lo que dos siglos de Lingüística moderna nos han enseñado: que la lengua, además de un peculiar modo de entender el mundo por parte de una comunidad (también de una comunidad de jóvenes), es un sistema estable cuya realización podrá presentar matices según el contexto, y sobre todo, que ninguna abstracción, entendida como una totalidad, puede explicar la complejidad del ser humano. El lenguaje juvenil, por tanto, no debe analizarse desde una perspectiva externa, como el científico que aplicando el rigor de su experiencia y el bagaje de su saber analiza un novedoso ente como planta, o animal, o mineral, olvidando que quizá esté ante un diferente y único ser. Debe entenderse desde dentro, desde su propia esencia, como una peculiar manera de expresar, de entender y de vivir.
Si bien es cierto que el marco de hablantes es bastante definido, es complicado discernir hasta qué punto es el lenguaje de los jóvenes una simple variante de una lengua conocida (constataríamos así una variante juvenil en francés, diferente de la del inglés o el español) o si se trata en realidad de una lengua en sí misma, con su propio léxico, su semántica particular e incluso con una norma propia no escrita, establecidas también entre los jóvenes de una nación concreta (hablaríamos por tanto de una lengua juvenil francesa, o de una lengua juvenil inglesa).
Ambos extremos deben ser tenidos en cuenta. Por una parte, apelando a la última razón de ser del lenguaje, esto es, parcelar la realidad en conceptos comunes para la comunicación, resulta claro que los jóvenes establecen para su propia visión del mundo unos determinados significantes y un código parcialmente diferente al de la lengua base. Sin embargo, el que un joven deje de compartir ese código no dependerá tanto de su edad, de un cambio de posición social o de un cambio de lugar espacial como de un paso adelante en su mentalidad: el paso a la edad adulta, y un nuevo modo de entender la vida, basado en etapas anteriores, sí, pero radicalmente distinto. No se trata, por consiguiente, de un sociolecto en sentido estricto: un hombre de treinta años podrá seguir entendiendo el mundo como un adolescente, y expresándose de acuerdo con ese entendimiento. Por otra parte, el lenguaje juvenil se imbrica en una lengua determinada, y se apoya en unas bases fonéticas y gramaticales comunes. Para estirar y forzar el lenguaje a través de agresivas metáforas o neologismos puramente acústicos (que suenan a lo que evocan) utilizan como herramientas los procedimientos propios del contexto lingüístico en el que surgen.
No sin razón, las voces de numerosos lingüistas, hispanoamericanos la mayoría (Chile parece mostrarse especialmente sensible ante este hecho) se han alzado indignados contra una presencia impune y creciente de la jerga callejera en todos los estratos del hablar, desde los medios de comunicación hasta la misma docencia. Si bien es cierto que la falta de respeto a la norma, a la etimología y a la decencia en el uso del lenguaje son problemas reales y existentes, se equivocan de culpable: no es el estilo juvenil el que infecta la lengua culta, sino el lenguaje vulgar. Volvamos a lo mencionado en el párrafo anterior; el lenguaje de los jóvenes no resulta de una degradación de lo normativo, sino que se establece en una concepción de la realidad que nada tiene que ver con la clase social o económica, sino con una etapa de la vida humana. Lo vulgar está muchas veces presente en el lenguaje juvenil, hasta el punto de inmiscuirse en el léxico de periodistas y divulgadores de la palabra; no obstante, lo vulgar no parte de los jóvenes y de su asimilación del mundo, sino de su entorno. Lo joven, lo auténtico, parte del joven mismo; sólo aquello que se geste en su sensibilidad y percepción será considerado como parte del acervo léxico juvenil.
Tomaremos como fuente primaria de este trabajo aquellas palabras o expresiones utilizadas por jóvenes con cultura, capaces de superar el influjo vulgar de su entorno. Por la escasez de recursos y bibliografía, los ejemplos citados pertenecerán en su totalidad a jóvenes universitarios del norte peninsular, muchos de ellos tomados de primera mano. Sus frases hechas, sus expresiones, opacas para el resto de la sociedad e incluso para otros grupos de jóvenes constituyen su identidad, y también su legado a la lengua española.
2. FONÉTICA Y CREACIÓN DEL LÉXICO JUVENIL
El lenguaje juvenil es esencialmente oral; la parte material del lenguaje, por tanto, juega un papel esencial en la formación de nuevas palabras. No son pocos los lingüistas que han estudiado los sentimientos o imágenes que nos evocan determinados sonidos. Grijelmo (2002) plantea que los sonidos, desde el origen del lenguaje, han ido asentándose en unas determinadas emociones, y que las distintas voces llegan a nosotros arrastrando esos sentimientos que sus dueños les dieron. Así, inconscientemente, asociamos el sonido [u] de tumba con lo oscuro, lo triste, con lo lúgubre; muchos poetas han hablado de esta virtud del lenguaje: Dámaso Alonso hablaba de “la magia de la imagen fonética” para componer la “imagen poética” (op.cit., 49), en referencia al verso gongorino “infame turba de nocturnas aves”. La [a], por su parte, es blanca, como en alma o cándida; la [i] evoca lo amarillo, lo amargo, lo ácido (rubio, limón); la [e] lo marrón o pardo, como septiembre; y la [o] nos evoca lo fúnebre, lo negro, como el carbón o un futuro visto también como negro.
En el lenguaje juvenil, los sonidos, lo que “suena bien”, tienen una especial relevancia: un “chungo” es alguien al que hay que evitar, aunque no es tan peligroso como el “jincho”; algo “del patín” es tremendamente divertido, mientras que “teli” es el bocadillo que sabe a gloria; asimismo, un “tripi” será consumido por aquellos que piensan que la droga dura es algo divertido. En algunas palabras es posible averiguar la etimología: “chungo” procede del caló (DRAE, s.v. chungo), y “jincho”, en El Salvador, designa al campesino inculto (DRAE, s.v. jincho); otras, como “teli” (seguramente un acortamiento de “bocateli”, también frecuente) o “tripi” tienen un origen desconocido. Sin embargo, no es relevante aplicar aquí un criterio historicista: el joven no toma estas palabras por su etimología de modo consciente, sino que “escucha” aquello que la “imagen fonética” le evoca, y disfraza con ella su propia parcelación de la realidad.
La aliteración y la cacofonía serán recursos constantes en el habla juvenil; artistas de la música hip-hop (ese movimiento cultural norteamericano que los jóvenes españoles han adoptado como el nuevo altavoz de la rebeldía) son conscientes de ello, y cuidan más el sonido que el significado:
“La manzana con veneno, el fenómeno nena nominado a sucesor del trueno (…) esdrújulas, mira tu yugular como Drácula”. Ballantines, Violadores del Verso.
“Camarada, para nada pararás la ráfaga que K te lanza a la cara” Máximo exponente, Violadores del Verso.
“Mi amigo el libro, mi signo libra, mi estilo libre, y no hay balanza que equilibre palabras de este calibre” El mundo es mío, Nach Scratch.
El léxico juvenil es tremendamente simbólico, y en este sentido, altamente romántico: no es importante lo que el lenguaje significa a la razón, sino la pasión que determinada palabra evoca en el joven que la utiliza, un significado quizá vago, pero más impactante que el de una palabra limitada a una única denominación. El joven, en último término, no funciona por conceptos, sino por sentimientos.
3. IDENTIDAD Y LOCALISMO
Como ya se apuntaba en la introducción, el lenguaje juvenil no es una mera variante sociolectal o una degradación de la norma, sino que constituye per se una “pseudo-lengua”. Es posible considerarlo así en sus propias variedades diatópicas (este trabajo está centrado en las norteñas), diafásicas (pues un joven culto, capaz de utilizar la lengua correctamente en un ámbito académico, utilizará un léxico distinto con sus amistades) o diastráticas (en el sentido de que cada grupo de jóvenes, distinto de los demás, utilizará expresiones o significados exclusivos de su círculo).
Los dos últimos criterios constituyen el sentimiento de identidad en el joven o en el grupo de jóvenes; por ejemplo, un universitario con formación considerará inadecuado utilizar un registro elevado con sus amigos, incluso insuficiente, pues no podrá expresar su sentir, su juventud. Una variedad diastrática particular responde a la necesidad de identificarse de un modo más profundo: un grupo de jóvenes afirma o niega realidades, expone sus ideas y clama su lugar a través de sus propias expresiones. Se han documentado las siguientes entre un grupo de jóvenes bilbaínos: “huele a lirio”, utilizado en su origen de modo despectivo para calificar a los lugares en los que se fumaba hachís, se extrapoló a toda situación o contexto que atentase contra sus ideas; estas, por su parte, eran aludidas entre ellos como su “bohemística”.
Apuntemos de nuevo la necesidad de ausentar del estudio del léxico juvenil cualquier valor normativo o criterio etimológico; los jóvenes, además de crear nuevos significantes, tomarán, dependiendo de su región, palabras propias de su zona, dándoles nuevos significados o matizando los existentes.
El lugar de procedencia determina muchas de las expresiones utilizadas, así como su aceptación o rechazo: para un vasco, “unas jajas” significa algo divertido, mientras que la misma expresión le resulta burda e infantil a un gallego; del mismo modo, “(una,-as) mofa(s)”, utilizado con frecuencia en Galicia y otras zonas del norte peninsular produce el mismo efecto negativo entre algunos jóvenes del País Vasco. El adjetivo (en ocasiones sustantivado) “grota”, que califica a la persona o cosa como fea o desagradable es desconocida fuera de Bilbao; “gaupasa” (del euskera, ‘pasar la noche’) se ha extendido a la mayor parte del norte como expresión para expresar que se ha pasado la noche en vela (sea en la calle o en casa).
Parte de la identidad de los jóvenes reside en las realidades materiales o en las experiencias cotidianas. La apariencia, la vestimenta, constituye una familia semántica propia: “chola” (camiseta), “pantaca(s)”(pantalones), “chifas” (gafas), “zapas, abarcas, chalupas” (zapatillas de deporte), “cinto” (cinturón, cinta deportiva para la cabeza)…El ambiente nocturno motiva una gran familia de sinónimos referidos a borrachera, algunos ya existentes en castellano, otros utilizados al azar, sin razón semántica o etimológica: “pedo”, “pedal” o “cogorza”, documentados extensamente, siguen vigentes; “merluza”, “corbata”, “estar cual rata”, o “guaza” son utilizados entre el País Vasco y Navarra; “turca” (registrado en el DRAE como coloquial con este significado, s.v. turca) es utilizado en Valencia; y “zorrera” (acción de azorrarse, ‘quedarse como adormecido por tener la cabeza muy cargada’, s.v. azorrar) se registra en Aragón. Es habitual entre los adolescentes españoles (no tanto los universitarios) la utilización del xenismo happy (en inglés, ‘alegre, feliz’) para designar el estado de embriaguez. No debe entenderse esta sobreabundancia de términos como reflejo de una realidad social negativa: muchos de estas palabras son utilizadas por los mismos jóvenes de modo irónico o despectivo para criticar el consumo abusivo de alcohol.
Los jóvenes incluyen también entre su vocabulario diversos regionalismos. En los bares gallegos es habitual oír a alguien pedir una “garimba”, o sea, una cerveza, mientras que en el País Vasco y Navarra a un vasito de esta bebida se le llama “zurito”; del mismo modo, una cantidad igual de vino es un “txikito”. La palabra “cuto” es ejemplo peculiar de cómo la asignación de un significante a una realidad u otra es en gran medida arbitraria: la consulta al DRAE muestra su etimología (“del nahua cutuche, cortado”, s.v. cuto) y sus usos en El Salvador y Honduras (‘animal rabón’, ‘manco’, ‘corto’, ibid.); no obstante, los jóvenes aragoneses y navarros entienden por “cuto” una cría de cerdo, mientras que se ha registrado el uso de esta palabra en algunos jóvenes vascos con el significado de “frío” (es frecuente el uso del diminutivo “cutillo”, en el sentido castizo de ‘hace fresco’).
- FORMACIÓN DE PALABRAS Y CONSTRUCCIONES ARQUETÍPICAS
En contra de lo que se cree, los jóvenes huyen, por regla general, de lo que ellos consideran vulgar, es decir, aquello extendido sobremanera o considerado como burdo y malsonante. Estas palabras despreciadas suelen coincidir, por otra parte, con aquellas citadas en prensa o que están registradas por
-“(…)cuando me ven, dicen: "Joselito, ¿qué pasa tronco?" Lo prefiero al pijo que me está hablando del último coche que se ha comprado.” Entrevista con Joselito, El Mundo, 8 de agosto de 1996.
-“Aquí de pipas, las Churruca pa la peli El precio del poder. El domingo la vimos en mi keli”. El País de las Tentaciones, El País, 28 de marzo de 2003.
-“El local, abierto hace un año, pincha estos ritmos desde hace cuatro meses. Antes era el garito para el rock de los setenta” El País de las Tentaciones, El País, 10 de enero de 2003.
Este hecho peculiar refleja lo que ya hemos mencionado con anterioridad: que si bien es cierto que lo coloquial e incluso lo vulgar están muy extendidos entre los jóvenes, aquello que parte por entero de ellos se caracteriza por lo contrario: por un sentir particular, una gran viveza y un extremado ingenio. Prescindiremos en este trabajo de mencionar recursos comunes a toda la juventud española (como la sufijación en “-ata” —“drogata”, “fumata”, “bocata”—), estudiados ya por numerosos autores con mayor criterio y profundidad. Los ejemplos citados pertenecerán a grupos reducidos de jóvenes, como muestra de su ingenio a la hora de nombrar de un modo particular diversas parcelas de su realidad.
La metáfora sigue siendo el recurso más utilizado para crear nuevos significados y al mismo tiempo el más alabado entre los jóvenes. Por ejemplo, algo que es “paté” o “cremas” es extraordinario, de gran calidad. También las personas son objeto de metáforas: un “mafias” es alguien que posee una amplia red de contactos; “bluetooth” designa al joven que galantea con cualquier chica a su alcance; un “batallas” contará siempre historias extravagantes; y un “pedrosa” (en alusión al joven motociclista español dos veces campeón del mundo), relacionado con la extendida expresión (aunque no registrada) “tirarse de la moto”, es aquel que expresa como cierta una opinión descabellada.
Los epítetos son, hoy en día, considerados como vulgares, o utilizados como recurso humorístico o burlesco; sí siguen en boga, por otra parte, los apodos como seña de identidad. La consideración de que “la raison d’être des surnoms est le besoin psychologique de remplacer un signe usé par un autre plus imagé, plus évocateur” (Dauzat, A. 1956, Les noms de personnes. Origine et évolution, Paris, Librairie Delagrave, apud Mtz. Pasamar 2007, 199) es también válida para las redenominaciones de los jóvenes. Constituyen además una excelente muestra de acortamientos léxicos unidos a otros procedimientos: de nuevo acudiremos a la “imagen fonética” de Dámaso Alonso para explicar algunos motes, y unidas a estas trazas fonéticas (confusas e inexplicables muchas veces) aparecen en ocasiones reminiscencias semánticas relacionadas con el joven en cuestión. Los acortamientos léxicos resultan por lo general en bisílabos, y con menor frecuencia en monosílabos. He aquí una muestra aleatoria, recogida entre jóvenes universitarios que explican su apodo:
- Javier López: “J.Lo” (con pronunciación inglesa, [ĉéilou]). Coincide con el apodo de una famosa cantante neoyorquina (Jennifer López).
- José Querejeta: “Chefo”. En principio se abrevió y modificó su nombre en “Chef”; la /o/ se añadió con el paso del tiempo para facilitar su pronunciación.
- Enrique Castellanos: “Quick”. Del acortamiento habitual (Quique) se extrajo una pronunciación inglesa.
- Elena Lasheras: “Láser”.
- Ignacio Garbisu: “Pisu”. Formado a partir de las dos últimas sílabas del apellido.
- Javier Bayo: “Pava”. Estudiante de letras, explica que su apodo surgió de una parodia de evolución fonética: Javier › Javi › Javo › Chavo › Pavo › Pava.
Como ya hemos dicho, el lenguaje juvenil no se caracteriza por la precisión léxica; tiende más bien a evocar de manera eficaz determinados conceptos o sentimientos. Esto se traduce en una palpable economía lingüística; determinadas construcciones se convierten así en recursos frecuentes en su habla. La construcción “sustantivo/adjetivo + de + verbo/sustantivo” (“loco de remate”, “fuera de serie”) es habitual en el español estándar; esta construcción es objeto de expresiones malsonantes, muy extendidas no sólo entre los jóvenes, sino entre todos los estratos de la sociedad. No obstante, se ha recogido alguna utilización particular entre los jóvenes, con finalidad bien paródica, bien humorística: “(jarto) de la olla” se utiliza para imitar un habla vulgar; “[…]del patín” o “[…]de atar” son más frecuentes, utilizadas para expresar la excelencia de algo o alguien. Los jóvenes de Zaragoza utilizan un nexo “tipo” para construir oraciones comparativas:
- “Te lo digo, era tipo un viejo loco, salí a la calle asustadísima” Oral, 14 de febrero de 2007.
También para expresar aproximación:
- “¿Te pasas tipo diez y media por aquí? Oral, 24 de marzo 2007
- HUMOR Y FRASEOLOGÍA
En los últimos años, se han popularizado dos obras (From lost to the river y Speaking in silver, ambas de Federico López Socasau e Ignacio Ochoa) que traducen de modo literal expresiones y refranes españoles al inglés; los mismos títulos son traducciones de “de perdidos al río” y “hablando en plata”. Estas parodias se han extendido hasta el punto de ser utilizadas con regularidad por los jóvenes españoles (aunque siempre por motivos humorísticos, nunca como léxico habitual). Algunas de las traducciones más populares son: “To cost a kidney” (‘costar un riñón’), “another cock would sing” (‘otro gallo cantaria’) y “less gives a stone” (‘menos da una piedra’).
Este uso paródico de expresiones castellanas no es un fenómeno aislado; los jóvenes modifican con frecuencia expresiones típicas para producir la risa o destensar el ambiente. Suelen imitar deliberadamente errores por contagio semántico (“vagamundos”, “desternillarse”). Los siguientes ejemplos han sido recogidos en el campus de
6. CONCLUSIÓN
Una primera conclusión nos llevaría a la repetición de la tesis: que el lenguaje juvenil no constituye identidad alguna con lo vulgar, y que refleja las turbulencias y unicidades propias de esta etapa de la vida.
Pero caben también otras reflexiones, quizá más aventuradas; de algún modo, el lenguaje juvenil, tan pasional, tan centrado en sensaciones e instintos, arma batalladora en una etapa de la vida en la que la diplomacia y la serenidad aún no rigen la consciencia, recupera el misticismo de la lengua: aquel que en los siglos iluminados creyó que siendo en el inicio el Verbo, magia, música y palabra se unieron en canon infinito formando el universo; aquel que asume que el mayor castigo de los babilonios fue la confusión del lenguaje; aquel, en fin, para el cual lo desconocido es lo que no tiene nombre. Para la juventud sólo es real, actual, moderno, aquello que puede describir. Incluso a sí mismo se busca un mote o una etiqueta con la que abarcar su vida; en efecto, “quién eres” o “qué eres” son preguntas que cualquier joven responde en una palabra. Se hace así esclavo de su lenguaje, y su mayor admirador: para ninguna edad tendrán más sentido los perdones, las gracias o los tequieros.
El lenguaje juvenil se incluye así en las grandes contradicciones de la vida: en apariencia indefinible, por alimentarse de significados distintos, inabarcable por cambiar en cada grupo de hablantes y lugar, incapaz de sistematizarse por rebelde, efímero por morir en la edad adulta, se manifiesta, no obstante, como todo lo contrario en el día a día. Rebelándose contra su propia confusión e inexperiencia en la vida, el joven establece en su habla unas normas y bandos concretos, dotando de sentido al todavía desconocido camino vital. Y lejos de morir, su lenguaje habrá escrito su historia hasta la edad adulta, y, fenicio, renacerá distinto con la siguiente generación. Fugaz, y a un tiempo eterno, perpetúa su definición, generación tras generación, como la música más dinámica y vital en la paradoja del vivir muriendo, y morir viviendo.
BIBLIOGRAFÍA:
GRIJELMO, A. (2002), La seducción de las palabras, Madrid, Suma de Letras, 47-57
IRURZUN, P., “Habla ahora o calla para siempre. Una txapa de buen rollo, sobre el lenguaje juvenil”, Borrasca, 5. Disponible en web: <http://www.ctv.es/USERS/patxiirurzun/cinco/chapa.htm>
RODRÍGUEZ, F. (2002), Comunicación y cultura juvenil, Barcelona, Ariel
MTZ. PASAMAR, C., C. LLAMAS (2007), Manual de Expresión Oral y Escrita, Pamplona, Universidad de Navarra, 199-206
ZAMORA, R., “Lenguaje juvenil en la mira”, El Mercurio de Valparaíso, 22 de agosto 2004. Disponible en web: <http://mercuriovalpo.cl/prontus4_noticias/antialone.html?page=http://mercuriovalpo.cl/prontus4_noticias/site/artic/20040822/pags/20040822034045.html>
LÍBANO, A., Prensa y nuevas tecnologías como medios de difusión del léxico juvenil. Disponible en web: <http://cvc.cervantes.es/obref/congresos/zacatecas/prensa/comunicaciones/libano.htm >
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (DRAE), Diccionario de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 2001.
NO SOLO LETRAS, Discografía de Violadores del Verso. Disponible en web:
PORTAL DE LETRAS, Letras de Nach Scratch. Disponible en web: